"Pryd fydd y forwyn yn dod un
sy'n dawel bellach yn gweld
golwg pechod yn eich gwarchodwyr enaid."
Más los siglos pasaron y ese pasaje del texto no sólo cayó en el olvido sino que se perdió y se eliminó de todos los libros basados en aquel original. En todos se eliminó. No, un libro en latín permaneció guardado en las sombras de la Biblioteca de Aghlan.
Durante siglos el libros permaneció olvidado hasta que una tarde llegó una joven estudiante que, mirando en los viejos estantes, lo encontró. Ella estudiaba latín y griego, y se puso a traducir la obra como ejercicio práctico.
La chica se sentó en una de las mesas de la biblioteca frente a ella un hombre de unos cuarenta años trabajaba con un ordenador, tras ella otro hacía lo mismo. Mientras escribía, copiaba y subrayaba en la copia que había hecho de la obra sintió que alguien la vigilaba. Comenzó a acariciar su cabello preocupada por esa sensación. Levantó el libro de notas para mirar lo subrayado y de paso vigilar a su alrededor.
Sentía como si una mirada estuviese de forma persistente clavada en su hombro o en su jersey rojo. Como si una risa sonase en su mente. Levantó la cabeza y miró hacia la ventana que tenía a su izquierda. En la todavía calle llovía.
Sintió subir el ascensor de la biblioteca subía de la planta baja al segundo piso, que era dónde ella se encontraba. La puerta del ascensor no se abrió y supuso que iría a la primera planta. Era lo que tenía aquel viejo edificio reconvertido en biblioteca y restaurado. El ascensor volvió a sonar y esta vez si salió una persona de él. Un chico de unos veinte años con un maletín apareció allí. No fue el único, un chico de chaqueta roja y mochila negra se acercó a ella y se pusieron ha hablar.
Ella sintió una voz en su mente pero no sabía que era lo que le decía. Parecía algo así como:
- Bo sa a jenn nan bouch la kounye a.
El chico se sentó frente a ella con un pequeño librito abierto. Un librito que leyó durante unos instantes, luego cogió la mochila negra que llevaba consigo y sacó sus apuntes de latín. iban a tener pronto examen y tenían que estudiar.
Ella usaba el texto fotocopiado del viejo libro para practicar la traducción. Esa era una de las partes más importantes de la asignatura para la profesora de latín del Instituto de la localidad. Durante unos instantes le pareció que las letras en el papel parecían brillar, pero algo la despistó de ello pues otro joven de ropas oscuras se acercó a ella y su compañero.
Esta vez escucho con claridad unas palabras en latín:
- Verbis in vobis. Per legendo Domino. Per animum meum instituit.
Preocupada le preguntó a su compañero si él había dicho algo. Él le dijo que no, que sería que ella estaba nerviosa. Más la voz volvió a sonar en su mente:
- Vultu me ecce desiderium meum uoluptas. Fusce malum intuitu suo nos ad te et da mihi animas voluptatem.
Ella sintió como si algo comenzase a arder en su interior. Sentía un deseo irresistible, una anhelo de algo que no debía se haber sentido nunca. Ahora parecía que ella y la voz eran una única cosa, y sentía que debía obedecer sus mandatos...
Su compañero la miró extrañado por la expresión de su rostro y se fijó en las hojas que ella tenía delante. Las letras parecían tener vida propia. Parecía que se escurrían de la hoja hasta la punta de los dedos de ella y desaparecían en su interior. Tenía que hacer algo para ayudarla. Recordó que en una película la forma de vencer ese tipo de magia era destruir el lugar de donde procedía. Él no sabía nada de aquel libro que ella había fotocopiado, pero lo intuyo. puso la mano en el mentón y se levantó para comenzar a recorrer las baldas.
El libro ya no estaba allí, ya no estaba en la biblioteca. De las sombras había salido para poseer y a las sombras había vuelto tras poseer... La joven ahora tenía en su rostro: La Mirada del Mal.
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