martes, 10 de abril de 2012

"LA PUERTA"

Y aquel que se había alimentado de sangre en un tiempo, aquel que se arrepintió de sus obras y su oscuridad vio abrirse una puerta ante él, entre las nubes del cielo. Allí estaba, ante él, aquel al que en otro tiempo traicionó.

Todo había comenzado hacía dos mil años aproximadamente, en Galilea. Allí surgió un hombre que predicaba el Amor. Allí surgió un hombre que era rey pero que vivía errante por los caminos. A ese hombre lo seguía aquel que bebería sangre de muchos y otros once. Todos escuchaban a aquel hombre, algunos lo comprendían un poco, otros trataban de entenderlo y el traidor no llegó a entenderlo entonces. Ahora, al final de su tiempo en el mundo lo entendía.

Recordaba su lejana humanidad como la mayor de las traiciones a su Dios, y eso le había llevado a tratar de morir, y morir de forma horrible condenando su espíritu por la traición cometida. Más no llegó a morir, no al menos como se esperaba. Mientras estaba allí, colgando, balanceándose su cuerpo de un lado a otro, mientras aún no había muerto sintió que algo le mordía, que algo chupaba su sangre, y que alguién le hacía tragar sangre para después huir. Nunca supo quién le hizo eso, nunca lo sabría. Su humanidad comenzó a abandonarle y perdió la consciencia. Los hombres descubrieron su cuerpo y lo metieron en una tumba para que descansase el sueño eterno. Y, allí fue dónde se despertó, dónde por primera vez abrió los ojos. Tenía sed. La sed era su primer recuerdo de esa vida. Un fuego que corría por su garganta y que nunca se apagaba.

Durante los tres primeros años de su nueva "vida" sembró el pánico entre los hombres y las bestias. Su sed era indomable, su destrucción era algo salido del infierno. Se alejó hacía el norte hacía lugares más oscuros, a lugares dónde las noches duraban un año. Y allí aprendió a amansar su sed, su sed de sangre. Lo primero que aprendió fue a no matar por matar. Dejó de matar inocentes para saciar su sed con la sangre de criminales. Después se decidió por darles también a ellos una oportunidad de alcanzar la redención y comenzó a alimentarse sólo de animales o con sangre de los bancos de sangre.

Sin embargo, los últimos mil años había pasado sin saciar su apetito, sin beber sangre de ningún tipo. Dedicado a escribir, dedicado a predicar. Hacía mil años conoció a un monje, y el monje le habló con un fervor increible de aquel al que había traicionado. Las palabras de aquel monje lo convirtieron otra vez en seguidor de su Dios.

Ahora, ante él se abría la Puerta. La luz volvía a él. La Luz volvía a él... La esperanza surgía al final del oscuro y largo camino. Después de una terrible maldición.