miércoles, 13 de marzo de 2013

Lujuría Ardiente.

¿Qué sabemos de las personas que nos rodean? ¿Qué sabemos del vecino del edificio de enfrente o de nuestro propio edificio, de la persona que tenemos junto a nosotros en la tienda, en el trabajo, en el cine, o en la librería? 

No sabemos nada. De eso se valen los más peligrosos criminales, de que no sabemos a quién tenemos delante nuestra. ¿Es el joven de chandal que tenemos en frente nuestra en la biblioteca una hacker, un espía, un policía o un asesino en serie? No lo sabemos.

Ella tampoco lo sabía. Iba casi todos los días a la biblioteca y coincidía con él. Él la miraba muchas veces. No de forma directa, no deseaba que ella se fijase en él. Él era un cazador; y, cada cierto tiempo necesitaba matar. Su deseo de matar no venía dado por nada especial salvo el deseo, y no cualquier deseo, el deseo lujurioso de poseer a la persona que iba a matar. 

Llevaba en Turtle Mountain el suficiente tiempo para pasar desapercibido. Él llevaba viéndola durante varios meses, coincidiendo con ella en la librería, en la biblioteca, en el supermercado... La llevaba vigilando para conocer a su familia, amigos... Quería saber TODO de ella antes de hacerla suya, antes de que se déjase llevar por el deseo... Llevaba meses siguiéndola. Era una mujer de entre 28 y 35 años, de pelo castaño, vestida de forma clásica. No era una mujer especialmente llamativa. Él se fijó en ella por el ordenador que usaba en la Biblioteca, un DELL oscuro con la zona del logotipo plateada. 

Ese día se fijó en ella. Ese día el deseo de hacerla suya surgió en él como otras veces.

El esperó a que llegase la una, la hora de cerrar. La vigilaba para seguirla. De hoy no se escaparía. Ya había elegido al "cabeza de turco" que cargaría con el crimen. Tenía todo preparado.

La siguió hasta la entrada a su piso, disfrazado de la persona que tenía que pasar por asesino, William Selleck. Se acercó a ella corriendo hacia ella y rápidamente la metió en una furgoneta blanca que tenía allí aparcada. Los gritos de ella fueron oídos por varios vecinos, que reconocieron furgoneta y secuestrador como William Selleck, pero no era él. La usó durante horas hasta la noche, una noche fría, ne una casa alejada donde el ruido de sus gritos de auxilio no se podría escuchar.

A la mañana siguiente la llevó a la 223 St. cuando uno de los vecinos lo observo todavía disfrazado salir con ella de la furgoneta gritó al atacante “¡Deje en paz a esa muchacha!”, el la soltó y  huyó en la furgoneta. La mujer se levantó y comenzó a caminar tambaleándose. El trato que él le había dado durante horas era mortal, pero estaba fuera de vista de aquellos que podrían haberle prestado ayuda a  tiempo.

Al final ella quedó tendida en el suelo, apoyada a una pared, como si se hubiese desmayado por el cansancio. Estaba muerta.

Las llamadas a la policía fueron confusas hasta ese momento.El hijo de uno de los testigos dejó constancia de que tanto sus padres como él mismo habían llamado a la policía avisando de lo que parecía un intento de secuestro, pero que parecía que el agresor huía sin ella en una furgoneta,  y ella se alejaba del lugar tambaleándose.

La policía busco la furgoneta con los datos que dieron los testigos. Había sido muy cuidadoso en que la matricula fuese casi igual a la del vehículo de William Selleck. Él se había disfrazado del propio Selleck para llevar a cabo su crimen.

La autopsia fue contundente. La mujer había mantenido relaciones sexuales durante horas, y precisamente esa era la causa de la muerte. El corazón le había fallado por esa razón.

La policía detuvo a William Selleck, pero le faltaban las pruebas del crimen, de la tortura sexual a la que supuestamente él había sometido  a la víctima. Él verdadero asesino había pensado en eso. Había preparado todo para que en la casa donde llevo a cabo el delito apareciesen la huellas de Selleck, su ADN, y otros detalles.

La policía no sospecho. Sólo un periodista sospechó algo raro. La razón es que había testigos que situaba a Selleck a casi 100 Km. de Turtle Mountain. El problema era que también estaban los testigos que vieron el suceso de 223 St. Era como si William Selleck tuviese un gemelo. Eso era imposible. El caso es que incluso la victima pensó durante todo ese tiempo que el criminal era Selleck dado que el asesino se había cuidado de arreglar su rostro para que fuese igual al de Selleck.

El único que daría en secreto aviso a la policía y al fiscal de que había detectado otros cuatro casos semejantes en la región.

Tenían un asesino en serie entre manos.

¿Quién podía ser él? Nadie lo sabía...

Para todos había sido el detenido y condenado. Para todos. No, para todos no. El periodista y el forense aun siguen investigando el caso en la sombra. Sólo tienen una pista contraria al que fuese William Selleck, y es que en las manos de la última víctima había una marca de maquillaje que ella no usaba y que tampoco tenía ni había adquirido Selleck en ningún lugar conocido.

2 comentarios:

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    1. Tomo nota para otros relatos e historias. Hacerlos más directos, claros y entendieses a los lectores.

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