sábado, 6 de abril de 2013

Calor Perezoso. Heat Lazy.

Murray Hill era uno de los cuatro mayores accionistas de la compañía Napoleón.  Sin embargo, él nunca salía en las fotos de empresa, nunca era visto fuera de su casa. Y, por supuesto, nadie sabía como obtenía la información precisa para que la empresa obtuviese todos aquellos beneficios.

Lo único que se sabía que era que vivía en el 128 de Murray Av., en Larchmont, New York. El lugar era una apacible zona residencial, llena de árboles, casas blancas, y muchos lugares donde uno podía pasear con calma.

Nadie sabía en aquel lugar que Murray Hill tenía en el sótano de su casa toda una oficina llena con ordenadores conectados a Internet todo el día. Las pocas personas que alguna vez lo veían salir a recoger el correo o el periódico lo describía como un hombre de unos 40 o 50 años, de pelo castaño oscuro, casi negro, gafas, y una actitud huraña e incluso atípica. 

La única persona que solía tener un trato común con él era Donna Flowers. Ella era una mujer joven, de unos 28 años, rubia, que solía vestir ropa deportiva. Era la encargada de realizar cada dos días la limpieza en la casa, con la excepción del sótano.

Esa mañana ella llego hablando por teléfono hasta la altura del número 127. Vestía un pantalón deportivo de tipo pirata negro y una camiseta deportiva verde y blanca. Estaba frente a la puerta de la casa y le llamó la atención verla abierta, Murray Hill nunca la dejaba abierta. Sólo ella y él tenían llave de la casa, nadie más.

Miró de forma aprensiva a su alrededor. Un coche se alejaba del lugar un Chevrolet Malibú de un color oscuro, posiblemente negro.

Tenía una razón para mirar con desconfianza a su alrededor.

Donna Flowers había estado en la biblioteca. Al otro lado de las estanterías, sentados ante aquella mesa de la biblioteca dos jóvenes se dejaban llevar por la pasión. El desenfreno de la juventud les hacía hacer cosas más allá de lo que realmente debían hacer…

Había una razón para ello. Belial estaba ante ellos. Disfrazado de un hombre sentado que trabajaba en un ordenador los observaba. Usaba su poder para poseerlos transmitía a sus mentes a través de frases murmuradas que eran imposibles de oír.

Ellos no escuchaban sus palabras. Murmuraban ante los apuntes y los libros a los que no hacían apenas caso…  Era como si algo los estuviese poseyendo. Era él, y Donna Flowers había percibido que algo pasaba en el lugar.

De golpe Belial alzó su mano.  Hizo una extraña sobre la mesa en la que él estaba. Era uno de los sellos de Belial. Los dos jóvenes cayeron inertes sobre los papeles que había en la mesa. Completamente inertes. Sus espíritus habían abandonado sus cuerpos. El deleite del deseo los había encerrado en un lugar más allá del poder de los hombres.

Belial se levantó. Guardó lentamente sus cosas en un maletín negro como la más oscura noche, como sus negras y oscuras ropas. Sus ojos brillaban como estrellas de fuego. Caminó hacia la puerta, y desapareció escaleras abajo.

Las fuerzas del orden llegaron después, con ellos el forense. Los dos jóvenes  cuerpos fueron retirados de allí. Inertes. Muertos.

Se tomaron huellas dactilares. Preguntaron a los encargados de la biblioteca y a la gente que allí estaba, pero nadie vio nada.

Por eso Donna sintió que algo iba mal al acercarse a la casa y ver la puerta abierta. Murray jamás la dejaba abierta. Ella entró, en la primera planta todo parecía en orden. No tocó nada. Sentía algo en el ambiente que no le gustaba. La planta superior tampoco tenía nada anormal...

Fue entonces cuando al descender por las escaleras vio la puerta del sótano abierta. Esa puerta nunca se  dejaba abierta.  Se asomó con cautela. Allí sentado en su cómodo sillón estaba quieto, como inertes habían sido encontrados aquellos jóvenes de la biblioteca, el dueño de la casa.

Donna miró en su bolso. Le faltaban sus llaves de la casa. Llamó a la policia. Tenía miedo. Mucho miedo.

Se quedó arriba y no bajó al sótano.

Espero... Espero durante casi una hora... Al final llegaron dos agentes de policía, con ellos volvió a entrar en la casa y la recorrieron, con ellos bajo al sótano.

Hacia allí abajo calor. En un principio no vieron a nadie allí. Demasiada quietud. Más cuando se acercaron al cómodo sillón frente a los ordenadores lo vieron allí sentado, inerte. Murray Hill estaba muerto en un ambiente cálido que atraía a la pereza por no hacer nada.

En las pantallas de ordenador salían imágenes diversas. En una de las pantallas salía remarcada la noticia de los dos jóvenes muertos en la Biblioteca en la que Donna había estado.

¿Cuál era el misterio que unía aquellas muertes y esta muerte?

Los investigadores aún hoy no lo saben, y el caso nunca ha llegado a cerrarse. 

martes, 2 de abril de 2013

RUINA. (RUIN)

Dónde los viejos caminos se cruzan sin encontrarse. Inocentes. Olvidados viajeros siguen en el aire su blanco camino. Solitario, distante.

En ese lugar vagaba yo olvidado de tiempo y pena. Buscando lo perdido, lo no recordado.

Tenúe la luna pronto suplicaba. Esperando huir de la muerte que en oscuro y terrible caballo la seguía. Su equina testa recordaba una tétrica calavera. Intemporal manzana de negra señal. Guía que sin ver el camino, ni los riscos ni el aire mostraba el sinuoso camino. Ubajay era que se alzaba solitario en la senda. En la que  solitario observaba a los que sin tino obraban.

La sangre de los caídos desde la tierra gritaba. Más su grito silencioso el mundo ignoraba.

A cubierto de la peligrosa lluvia trás la ventana. Mostraba a los hombres de los viejos látigos el recuerdo imborrable. Añorando las luces nacidas del alba. Natural lucha. Dónde se golpeaban arena y agua. Ocultos entre las hierbas, los corderos, hacen volar sus balidos recordando la antigua ascua.

El que ahí haya como yo llegado podrá ver. El que ahí haya llegado sabrá que dentro de la cascara se oculta el tenebroso rostro de la falsa paloma. Así entre las nubes de las palabras pervivirá este mensaje que se oculta contemplando la ruina, la nada.


EN INGLÉS:
Where the old paths cross without meeting. Innocents. Forgotten in the air travelers continue their road white. Solitaire, distant. 

In that place I wandered forgotten time and grief. Looking for the lost, not remembered. 

Dim the moon soon begging. Hoping to escape death in the dark and terrible horse was. His head resembled a grim equine skull. Timeless black block signal. Guide that without seeing the road, nor the cliffs or the air showed the winding road. Ubajay was that stood alone on the path. In that lone watched that acted without tact. 

The blood of the fallen from the ground screaming. More silent scream the world your know. 

Under cover of the rain against the window dangerous. It showed men of old whips the lasting memory. Longing born dawn lights. Natural struggle. Where sand and water hit. Hidden in the grass, lambs bleating blow their remembering the old ember. On that trip I arrived there as you can see. 

The trip has come to know that within the shell hides the dark face of the fake dove. So the clouds of words will survive this message is hidden contemplating the ruin, nothing.