viernes, 25 de febrero de 2011

"HIJOS DEL VIENTO" (Lobo Blanco CAP.1)

Era la hora de comer. En la Estación de Autobuses de Avilés se vivía el bullicio de decenas de personas, viajeros que llegaban allí desde diversos lugares de España; y, sobre todo de Asturias.

Era un día lluvioso, los clientes del restaurante y del bar se reunían en torno a las mesas mientras esperaban la hora de partida de sus respectivos autobuses. Sergio apareció con la comida para cada mesa en un carro, en este también llevaba pan. Rápidamente realizó su trabajo, y sólo un hombre se fijó en él, en su fuerza, su desenvoltura, su presencia.
Llevaba meses trabajando allí, y hasta ese momento Sergio había pasado desapercibido para todos. De hecho, la mayor parte de la gente lo veía como un elemento más de la estación. Había vuelto hacía un año y medio, casi dos. Pero el lugar elegido por sus antepasados era San Juan de Nieva. No era un lugar hermoso donde levantaron su casa, pero sí un lugar oculto a los curiosos, dura y cruel. Solamente las vistas del mar dotaban al lugar de una hermosura que sólo los antepasados de Sergio habían descrito alguna vez cuando lejos de su hogar se habían encontrado.

Sergio pensó que pronto iría allí. Mientras, a su espalda, se alzaba el bulli
cio de la gente comiendo. Pronto se irían en los autobuses y reinaría la calma. Se encogió de hombros y se dio unos momentos para mirar por una ventana. Era un día nublado, gr

is y lluvioso, con una luz mortecina que adormecía a los que salían al exterior. Volvió al trabajo esbozando una sonrisa, preparado y dispuesto para hacer su trabajo de forma abnegada.

Durante las dos primeras semanas, el trabajo le había parecido duro. De hec

ho, había estado a punto de dejarlo, y únicamente la necesidad le hizo mantenerse en su puesto.

Pronto todos lo vieron como un elemento más del lugar. Su actitud no era fruto de la casualidad sino del conocimiento que había observado en la gente que por allí pasaba. Tal vez, también un recuerdo inconsciente le hacía comportarse así, a fin de poder hacer lo que él deseaba.

No logró, a pesar de todo, ocultarse a la escrutadora mirada de aquel hombre, y esa certeza le hacía sentir una gran preocupación.

Terminó su trabajo, mientras recordó a Nerea. Fue un recuerdo fugaz que lo incomodó.

Sin llamar la atención, Sergio salió silencioso de la estación y fue a su piso. Como
sus compañeros llevaba una bolsa con parte de la comida sobrante. Apretó el paso hasta llegas a la puerta del edificio en el que vivía en la calle Llano Ponte. Sacó las llaves, abrió la puerta y entró rápidamente cerrando la puerta. Las escaleras estaban silenciosas. Si no fuera por el ruido de la calle, lo mas probable es que se hubiese sentido como en casa.

Subió en el ascensor hasta el sexto piso. Luego entró en el piso, cerró la puerta y dejó las bolsas en la cocina.

Sergio miró hacia la ventana de su estudio, volvió a recordar con tristeza a Nerea. Sergio se pasó una mano por la frente, y sintió un hondo pesar.

La tarde fue pasando, un bosque de antenas aparecía ante su mirada. Miró

a las gentes que paseaban por la calle, y vio con gozo la señal que le permitía hablar con libertad de lo que había sucedido allí unos años atrás: una desaparición y el temor de una muerte. Mientras miraba a través de la ventana su mente viajó al pasado, unos diez años atrás, cuando él tenía unos 23 años, más o menos.

Volvió a ver al grupo de jóvenes de aquel colegio alrededor de Nerea, una joven que vivía en uno de los pisos del edificio de enfrente. Los veía inquietos, y las palabras que le decían a Nerea no eran buenas. Ultrajaban a la joven en cuerpo y en alma, profanaron y corrompieron su espíritu; pues cuando pidió ayuda nadie la creyó. Salvó él, su hermano Juan y Berto.

Ahora los dos habían desparecido, nadie sabía exactamente dónde vivían. Sólo quedaba él para contar lo sucedido mientras veía día a día a aquellos que habían arrebatado la vida a Nerea. Él pensó que la habían asesinado. A lo mejor hubiese sido lo mejor. Sin embargo, la encontró por Internet, viva y lejos, muy lejos de Avilés.


Eran las siete cuando Sergio se sentó en su cómodo asiento frente a la mesa de castaño, cada vez más a oscuras y manteniéndose en silencio.

Se levantó de la mesa y fue a cerrar la puerta de aquella habitación en la que ahora se encontraba. Se le revolvió el estomago con aquellos recuerdos; y, por primera vez llamó a su jefe avisando de que estaba enfermo y no podría acudir al día siguiente al trabajo.

Le resultaba extraño lo que sentía. No recordaba nunca haber sentido algo así.
Seguramente era que no estaba tranquilo; por primera vez se preguntaba si debía haber vuelto a Avilés. Desde que descubrió a aquel hombre observándole en la estación mientras trabajaba en el restaurante los recuerdos habían empezado a atormentarle.

Berto era amigo de su hermano, Juan. Fue su hermano el que le habló de Nerea, Sergio pensó que la chica le gustaba a su hermano.

La joven tenía un serio problema.

Su hermano le contó que sus enemigos habían decidido destruir su mente y su espíritu.


Comenzaron encerrándola en pleno día en un viejo caserón abandonado de Avilés. En él habían hecho una terrible invocación, y querían entregar a Nerea a ese ser invocado. la puerta se abrió cuando entró, y seguidamente se cerró sin posibilidad de ser abierta desde dentro. No había luz.

Luego escuchó la voz de un desconocido que la llamaba por otro nombre.

Una voz que la hizo correr aterrada por la casa sin encontrar cobijo, tratando de esconderse para que aquel al que la voz pertenecía no la encontrase. Sin embargo, entró en su mente
sugiriéndole hacer tentadoras cosas.

El astuto ser comenzó a formarse. Comenzó por unos terribles y endemoniados ojos rojos que mostraban una cruda y sangrante maldad.

Sergio recordó como su hermano le había contado todo eso, como le contó que Nerea había conseguido huir ero que desde entonces no había vuelto a ser la misma.

- Dicen que Nerea...- era como Sergio había comenzado su relato. Pero no es lo mismo contar una historia que vivirla, la diferencia es el miedo. Sergio lo sabía.

Entonces Sergio miró a la ventana. e quedó helado, en la habitación en que estaba solo, sin saber que estaba pasando. Cerró lo ojos y se pasó la mano por la cara. Le había parecido ver
al otro lado de la calle, en una de las ventanas aquellos ojos rojos.

A su mente llego la imagen de un hombre cuyos ojos como el hielo le habían hecho recordar todo. Eran los mismos ojos que había visto en aquella ventana. Los mismo ojos que persiguieron a Nerea.

Recordó como su hermano llamaba al grupo que forma junto a Berto y Nerea: Los Hijos del Viento. Y, a él que nunca había sido parte del grupo lo llamaba "Viajero". Tenía razón, Berto, Nerea y su hermano desaparecieron como hojas sueltas en el viento. Sí, eran los Hijos del Viento porque sus poemas eran como una brisa acudiendo a los corazones.

Fue entonces consciente de que el dueño de aquellos ojos rojos los había hecho desaparecer para todos. Al menos, eso le parecía a él.



Primer Capítulo de la novela " Lobo Blanco" de Miguel A. Mateos Carreira con la licencia siguiente, esta licencia es igual para los otros capítulos de la novela que aparecen en el blog:

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