Algunas veces el frío puede traer la noticia que nos deje más helados. Algunas veces un detalle puede crear una avalancha de acontecimientos que pueden incluso hacer tambalearse la sociedad de nuestro mundo o, al menos, la que nosotros conocemos como sociedad.
Stanislav Mirös llevaba muchos años lejos de su tierra natal, muchos años lejos de aquellos a los que alguna vez había amado, y también lejos de los que alguna vez lo quisieron.
Nunca se quedaba mucho tiempo en un sitio. Era en cierto sentido un paranoico, pero también con el paso de los años había desarrollado una avaricia que recordaba la de los dragones legendarios, como estos él tenía un lugar donde guardaba sus posesiones más valiosas, y donde en los últimos tiempos también había ido escondiendo dinero, mucho dinero de curso legal que procedía de sus diversos viajes. Nadie sabía cuando acudía allí o cuando volvía de allí. Nadie sabía como se desplazaba hasta aquel lugar, y aquellos que trabajaban en sus empresas temían que algún día les llegase la noticia de su desaparición definitiva.
Stanislav Mirös tenía miedo. Tenía la convicción de que alguien o algo lo perseguía para matarlo. Sabía que ese algo era ardiente, como de fuego, como si una de las llameantes llamas del infierno hubiese salido a perseguirle. Sabía eso porque había visto sus huellas, por que sus informadores le habían hablado de que tras marcharse él de alguno de los hoteles la habitación que antes había ocupado había aparecido misteriosamente envuelta en llamas.
Había hablado con personas de todo tipo, desde cosas mundanas como detectives y agencias de seguridad de diverso tipo hasta videntes y sacerdotes expertos en sucesos similares. La única razón que veían en esos sucesos era que alguien trataba de asustarlo para algo.
¿Para qué? Era la pregunta que se hacía él muchas veces en el único lugar al que ese alguien nunca había llegado, su lugar secreto.
Analizó todo y se pudo dar cuenta de varias cosas. La primera, era alguien que conocía su costumbre de no pasar mucho tiempo en los sitios. La segunda, conocía que hoteles frecuentaba. La tercera, cometía el atentado a posteriori para que él recibiese el aviso. La cuarta, era alguien que estaba vinculado al fuego.
(CONTINUARÁ...)
(CONTINUARÁ...)
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