Murray Hill era uno de los cuatro mayores accionistas de la compañía Napoleón. Sin embargo, él nunca salía en las fotos de empresa, nunca era visto fuera de su casa. Y, por supuesto, nadie sabía como obtenía la información precisa para que la empresa obtuviese todos aquellos beneficios.
Lo único que se sabía que era que vivía en el 128 de Murray Av., en Larchmont, New York. El lugar era una apacible zona residencial, llena de árboles, casas blancas, y muchos lugares donde uno podía pasear con calma.
Nadie sabía en aquel lugar que Murray Hill tenía en el sótano de su casa toda una oficina llena con ordenadores conectados a Internet todo el día. Las pocas personas que alguna vez lo veían salir a recoger el correo o el periódico lo describía como un hombre de unos 40 o 50 años, de pelo castaño oscuro, casi negro, gafas, y una actitud huraña e incluso atípica.
La única persona que solía tener un trato común con él era Donna Flowers. Ella era una mujer joven, de unos 28 años, rubia, que solía vestir ropa deportiva. Era la encargada de realizar cada dos días la limpieza en la casa, con la excepción del sótano.
Esa mañana ella llego hablando por teléfono hasta la altura del número 127. Vestía un pantalón deportivo de tipo pirata negro y una camiseta deportiva verde y blanca. Estaba frente a la puerta de la casa y le llamó la atención verla abierta, Murray Hill nunca la dejaba abierta. Sólo ella y él tenían llave de la casa, nadie más.
Miró de forma aprensiva a su alrededor. Un coche se alejaba del lugar un Chevrolet Malibú de un color oscuro, posiblemente negro.
Tenía una razón para mirar con desconfianza a su alrededor.
Tenía una razón para mirar con desconfianza a su alrededor.
Donna Flowers había estado en la biblioteca. Al otro lado de las estanterías, sentados ante aquella mesa de la biblioteca dos jóvenes se dejaban llevar por la pasión. El desenfreno de la juventud les hacía hacer cosas más allá de lo que realmente debían hacer…
Había una razón para ello. Belial estaba ante ellos. Disfrazado de un hombre sentado que trabajaba en un ordenador los observaba. Usaba su poder para poseerlos transmitía a sus mentes a través de frases murmuradas que eran imposibles de oír.
Ellos no escuchaban sus palabras. Murmuraban ante los apuntes y los libros a los que no hacían apenas caso… Era como si algo los estuviese poseyendo. Era él, y Donna Flowers había percibido que algo pasaba en el lugar.
De golpe Belial alzó su mano. Hizo una extraña sobre la mesa en la que él estaba. Era uno de los sellos de Belial. Los dos jóvenes cayeron inertes sobre los papeles que había en la mesa. Completamente inertes. Sus espíritus habían abandonado sus cuerpos. El deleite del deseo los había encerrado en un lugar más allá del poder de los hombres.
Belial se levantó. Guardó lentamente sus cosas en un maletín negro como la más oscura noche, como sus negras y oscuras ropas. Sus ojos brillaban como estrellas de fuego. Caminó hacia la puerta, y desapareció escaleras abajo.
Las fuerzas del orden llegaron después, con ellos el forense. Los dos jóvenes cuerpos fueron retirados de allí. Inertes. Muertos.
Se tomaron huellas dactilares. Preguntaron a los encargados de la biblioteca y a la gente que allí estaba, pero nadie vio nada.
Por eso Donna sintió que algo iba mal al acercarse a la casa y ver la puerta abierta. Murray jamás la dejaba abierta. Ella entró, en la primera planta todo parecía en orden. No tocó nada. Sentía algo en el ambiente que no le gustaba. La planta superior tampoco tenía nada anormal...
Fue entonces cuando al descender por las escaleras vio la puerta del sótano abierta. Esa puerta nunca se dejaba abierta. Se asomó con cautela. Allí sentado en su cómodo sillón estaba quieto, como inertes habían sido encontrados aquellos jóvenes de la biblioteca, el dueño de la casa.
Donna miró en su bolso. Le faltaban sus llaves de la casa. Llamó a la policia. Tenía miedo. Mucho miedo.
Se quedó arriba y no bajó al sótano.
Espero... Espero durante casi una hora... Al final llegaron dos agentes de policía, con ellos volvió a entrar en la casa y la recorrieron, con ellos bajo al sótano.
Hacia allí abajo calor. En un principio no vieron a nadie allí. Demasiada quietud. Más cuando se acercaron al cómodo sillón frente a los ordenadores lo vieron allí sentado, inerte. Murray Hill estaba muerto en un ambiente cálido que atraía a la pereza por no hacer nada.
En las pantallas de ordenador salían imágenes diversas. En una de las pantallas salía remarcada la noticia de los dos jóvenes muertos en la Biblioteca en la que Donna había estado.
¿Cuál era el misterio que unía aquellas muertes y esta muerte?
Los investigadores aún hoy no lo saben, y el caso nunca ha llegado a cerrarse.
Miguel me has puesto nerviosa durante todo el relato, es genial!! YO creo que él los mató... pero quien sabe.
ResponderEliminarEn fin, tengo un premio para ti en mi blog!! http://inmagisbert.blogspot.com.es/2013/06/me-han-nominado-al-premio.html
Besazosss Athanambar!!
Inma, agradezco tus palabras. Me pasaré lo antes posible por tu blog. Precisamente, la intención de este relato era poner nervisa a la persona que lo leyese, que sintiese como si una fuerza misteriosa y siniestra surgiese de él. Te puedo decir que hasta cierto punto el relato esta basado en hechos reales...
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