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Arzúa, 3 de septiembre de 2014.
Era la una y media de la madrugada. El párroco de Arzúa estaba cómodamente descansando en la cama cuando el teléfono sonó en su domicilio.
Descolgó y contestó.
Se levantó, vistió y llamó a uno de los colaboradores de la parroquia.
- Ángel, me han llamado - le dijo mientras abría la puerta de su casa-. Desde su casa me ha llamado una vecina. Termina de ver luz y escuchar ruido en la iglesia cuando volvía de una viaje. ¿Puedes venir?
- Sí, ahora mismo bajo. Espéreme frente al Bar Plaza.
El parroco bajó a la calle y se puso frente a la puerta del bar. Estaba impaciente. Estuvo tentado a volver a llamar a Ángel.
Se detuvo cuando dirigía su mano al bolsillo para sacar el teléfono. Pudo ver entonces llegar a Ángel, y éste, analizando de forma táctica la situación se paró a su lado. Lo miró.
- ¿No habrá sido una broma? Cuando yo salí todo estaba apagado, cerrado y no había nadie dentro.
- ¡No es broma! He visto la luz desde la esquina de la cafetería.
Era cierto. Cruzaron la calle sigilosamente y se acercaron a la puerta. Había luz en el interior del templo.
- Antes de entrar será mejor comprobar las puertas. Venga conmigo.
Se acercaron a la iglesia más y, recorrieron su perímetro revisando con cuidado de no hacer ruido las puertas, luego se dispusieron a entrar.
Al entrar Ángel le hizo una señal al párroco.
- Comprovemos el piso superior. Después uno entrara por la puerta de la tribuna y el otro por la sacristía.
Rápidamente subieron, comprobaron que no había nadie, se separaron y cuando el párroco le dío el toque al móvil acercaron a la vez las llaves a las cerraduras.
Sólo podían escuchar en el silencio sus respiraciones. Ninguna otra señal de vida. Metieron las llaves en las cerraduras.
El párroco miró a su alrededor al abrir la puerta que da a la tribuna. Ángel llevaba un bastón en la mano al abrir la puerta. Entonces lo pudieron ver frente al altar, tumbado boca a bajo en la frío suelo. Allí estaba un hombre vestido de peregrino. Estaba acostado en una extraña posición. Tenía la cabeza a un lado mirando hacía la luz del cirio pascual que estaba encendido.
Ángel y el párroco avanzaron con cautela hasta el cuerpo yacente en el suelo. El sacerdote se puso pálido. Ángel exclamó:
- ¡Hemos de llamar a un ambulancia y a la guardia civil!
El párroco sacó el móvil rápidamente, mientras Ángel tomaba el pulso del hombre.
- Me parece que está muerto.
Se puso de pie sin mover el cuerpo y sacó varias fotos. La guardia civil llegó en seguida, al igual que la ambulancia.
Comenzaron a sacar foto e hicieron varias preguntas al párroco y a Ángel.
No tenían mucho que contar. Eso los tranquilizó en parte mientras hablaban con los guardias. nada podrían añadir que los guardias no pudiesen comprobar registrando la iglesia. Así que permitieron que volvieran a sus domicilios tras coger una llave de la iglesia.
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