sábado, 16 de marzo de 2013

El Calor de la Soberbia.

"En cuanto al terror que infundías, te ha engañado la soberbia de tu corazón..."

Se ocultaba en las secretas hendiduras de lo que los hombres ocultaban, ocupando poco a poco su mente y sus corazones. Tenía su hogar allí donde nadie lo iría a buscar jamás, salvo Dios, el Día del Juicio Final.

Durante siglos había sido así, desde que su fuerza se convirtió en creencia de que él mismo era una divinidad y podía actuar como desease. Se infiltraba entre los hombres haciendo que perdiesen la memoria de la historia. Inventando hechos que corroyeran sus almas para que perdidas se desvaneciesen en el limbo del tiempo.

Su soberbia lo engañaba, le daba un fuego ardiente, pero que en realidad era efímero convirtiéndolo en lo que era en realidad: un psicópata. Era un asesino sin remordimientos. Se había aislado del mundo sintiendo que era omnipotente. 

Le gustaba cazar. Sus víctimas, seres humanos. 

Cazaba hombres en los bosques, pero lo que más le deleitaba era capturar mujeres. Los periódicos del Condado de Broome en Estados Unidos comenzaron a hablar de mujeres que desaparecían en Fenton. Las sospechas recayeron sobre un preso fugado, pero este también se esfumó sin dejar rastro alguno.

Buscaba a cada tipo de víctima en un lugar distinto, dónde sabía que se sentiría confiada y segura. Cafeterías, ciberespacios, bibliotecas, supermercados... Las estudiaba a fondo y evaluaba dónde ellas se sentían más confiadas fuera de su hogar. Allí las atacaba y las hacía desaparecer.

Angela Burn decidió que atraparía al criminal. Viajó a Fenton y comenzó a vivir como una ciudadana más. De su casa a la cafetería de la esquina, de allí al trabajo, del trabajo al ciberespacio de la esquina.

En ese último lugar la vio. Pensó que sería una víctima perfecta. Sin familia, sin amigos, sin nadie que pareciese interesarse por ella. 

Así se decidió a sorprenderla.

Días después Angela Burn desapareció. Sus compañeros del FBI tuvieron que anunciar que ella estaba realizando una investigación para la agencia con el fin de atrapar  un terrible asesino en serie. dos agentes acudieron a Fenton con la foto de Angela y pudieron averiguar donde vivía.

Llegaron al piso y entraron. Estaba todo revuelto como si alguien hubiese estado buscando algo. Faltaba su ordenador y toda su ropa. Sin embargo,  quién entró allí dejó atrás varias cosas. Oculto bajo el piso en una esquina encontraron un disco duro externo TOSHIBA de 1 GB que tenía una copia del disco del ordenador de ella. En el encontraron mapas, con las marcas de las zonas dónde habían desaparecido las mujeres, y en otro mapa lugares donde habían desaparecido excursionistas, habitualmente hombres.

También tenía fotos de las víctimas y sus expedientes médicos.

Había un tercer mapa. En el Angela había marcado un punto muy concreto. Y también tenía un diario digital. 

Gracias a todo ello y a los testimonios de ciudadanos que recordaban haberla visto pudieron descubrir como fueron los últimos días de Angela. 

Tres días después con un nutrido grupo de hombres acudieron al punto que ella había marcado en el mapa. 

Había allí alzado un monolito con unos extraños símbolos y con caracteres hebreos. al rededor del mismo había más de cincuenta túmulos. Ella fue encontrada allí, en el último de los túmulos alzados.

Su asesino le había anudado un cable de televisión al cuello. Ella luchó por sacárselo, trató de usar su arma reglamentaría que estaba junto a ella y que había sido disparada. Más ella no murió estrangulada sino que dos puñaladas en el cuello.

Sólo había una diferencia entre ella y las otras víctimas que allí estaban enterradas. Salvo ella a todas las otras estaban destripadas y les faltaba la mandíbula. Además todas tenían un colgante con tres palabras en hebreo: שלום, אהבה וסקס.

Estaba claro que todos esos crímenes no eran improvisados. El psicópata que estaba llevando eso a cabo sabía lo que hacía y por que lo hacía.

El FBI se centró en el caso en honor a su compañera. Siguieron el rastro de los colgantes y en uno de ellos encontraron una huella. Era la huella de un joyero de Boston. Cuando fue interrogado este dijo que había vendido una partida de 200 collares como ese a un hombre de mediana edad.

Hicieron un retrato robot a partir de la descripción que les fue dada. 

Dos meses después un vagabundo encontró a un hombre de mediana edad muerto. Le habían disparado dos tiros en el pecho. Junto a él había un bolsa llena de mandíbulas humanas...













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