jueves, 22 de marzo de 2012

ASESINO

No podía evitarlo. Debía acudir allí como todas las semanas. Tenía que organizar todo para acudir a esa cita, pues ella era la única mujer con la que podía hablar si no contamos a su madre.

Hacía meses que había pedido que lo destinaran a otro lugar. Hacía meses que la tensión de estar en Afganistán había hecho mella en su mente, lo había cambiado, lo había hecho enloquecer. Allí había visto lo que ningún hombre debiera de ver. Allí él había derramado sangre que nunca debería haber sido derramada. Allí había comenzado su maldición.

Hacía varios meses que acudía a la consulta de aquella joven psicóloga. En cierto sentido se había enamorado de ella, pero también sabía que era posible que llegado el momento tuviese que matarla como había tenido que hacer con aquella joven en Afganistán, la primera a la que había amado.

Nadie lo sabía hacía tres meses había comenzado ha seguir a varias personas: hombres, mujeres, niños... No eran personas normales. Eran algo que debía de morir. En realidad, ya estaban muertos pero no lo sabían. Estaban muertos desde el momento que él los había visto y había decidido matarlos.

Había conocido a esta psicóloga hacía un año, una hermosa joven de unos veinticinco años, de pelo castaño, y ropas usualmente azules que le sentaban como un guante. Hasta hacía cuatro meses después de investigarla no se había decidió a entrar en su consulta.

Ya había matado después de volver de Afganistán. Pero las autoridades sólo conocían hasta ahora el asesinato de tres soldados en Madrid, y hacía un par de horas tres niños y un profesor. En los dos casos llevaba varias semanas siguiendo a las víctimas. El verdadero número de víctimas eran 53, pero de las otras no podían culparlo habían sido crímenes limpios, no como estos últimos.

Llamó a la puerta de la consulta. La doctora Suarez le abrió y le invito a pasar. Durante cuatro horas hablaron. Sentía que a ella él le daba miedo, mucho miedo, quizá fuera por su aspecto y por la cicatriz que cubría su rostro y en la que los testigos de su última felonía no habían reparado. Eso había sido una suerte, podría usar el gancho para huir.

Salió silencioso, como siempre. Luego, llamó por teléfono a un joven. Cuando llegó se intercambiaron las motos que ambos tenían. Eran exactamente el mismo modelo. Le dío las llaves de su casa, las armas, y le dijo que entretuviese allí todo el tiempo posible a la policía.

El joven le creyó. Todo por dinero. Iluso. Iba a morir y no lo sabía.

Se fue por otro camino. Él fue y preparo su disfraz. Se iba ha hacer pasar por uno de los policías del grupo de élite y haría que el joven muriese intentando huir para que no diese su descripción y todos creyesen que había sido él el asesino.

Todo salió bien. Todo muy coordinado. Sabía que no tardarían en llegar a la casa. Sabía lo que haría el joven.

Durante horas fue imposible nada. Al final el grupo de élite llego, y él se infiltró entre ellos. Llevaba la misma ropa, las mismas armas. Asaltaron la casa y el joven trato de huir tal y como él esperaba por una ventana que tenía dispuesta para ese fin y de la que le había hablado. Sonaron tres detonaciones, como tres explosiones que retumbaron en la casa y en la calle. Los policías fallaron pero el le dio en la cabeza, ya no había ningún vínculo con él.

Sólo quedaban los amigos de la banda criminal a la que el joven pertenecía, Los Dragones de Taras. Esos eran una banda terrible que usaba sus conocimientos para cualquier fin, desde venderse como mercenarios hasta asesinar por encargo. Habían fichado hacía poco al joven, y él lo había aprovechado.

Salió discretamente entre los policías. Se escurrió por uno de los locales cercanos y rápidamente desapareció en un coche azul con cristales tintados que tenía preparado.

Sabía donde encontrar al resto de la banda. Entró en el edificio por el tejado y esperó.

Pronto el primero de ellos apareció en el baño. Enganchó su cuello con una cuerda y de un tirón rápido con una fuerza descomunal le arrancó la cabeza. Luego, colgó el resto del cuerpo por los pies en el baño.

Miró y pudo ver al resto de la banda. Estaban armados, bien armados. El sacó una cerbatana, y les disparó sus dardos. los cuerpos cayeron al suelo inertes. Les cortó las cabezas y como en el otro caso colgó sus cuerpos por la habitación. Su trabajo había acabado allí. Guardó las cabezas en un saco de plástico y se marchó de allí sigilosamente. No sin antes enviar un comunicado a través de internet diciendo que ellos eran los que habían ordenado las muertes. Después desapareció.

Fue al cementerio mas próximo y metió las cabezas en una de las tumbas. Allí nadie las buscaría.

Cuando llego a su casa estaba cansado, muy cansado. Su mente parecía haber enloquecido, le pareció escuchar abrirse la puerta de su casa.

Segundos después ante la puerta de su habitación estaba la psicóloga. Ella nada debía de saber de sus actividades, pero lo señaló con el dedo. La miró sorprendido.

- ¡ASESINO!- dijo ella.

Él saco una de sus pistolas para matarla. Pero cuando volvió a mirar ella no estaba allí. Tampoco estaba en su consulta, ni en el piso que antes habitaba.

Seguía escuchando su dulce voz increpándole con esa única palabra.

- ¡ASESINO!

De alguna forma ella lo sabía todo. ¿Cómo? Era un misterio. Ahora sabía que de alguna forma estaba ya condenado.


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