El viento nocturno y frío que llegaba de la montaña acariciaba como un amante el rostro de una joven. hacia mucho que no experimentaba esa sensación de libertad, de renacimiento, de esperanza que por alguna razón la embargaba. Su libertad era en este momento forzada, cubierta por un oscuro manto de tristeza. A su alrededor se sentía una sensación de ahogo, de frío invernal o de sofocante calor.
Cubierta con un grueso abrigo recorría las calles encharcadas y solitarias de Oviedo. Presentía un peligro como un perro lo presiente antes de huir en silencio. Se dirigía a una antigua casa, cerca del cementerio, en cuyo interior había encontrado la paz que necesitaba. Con una llave hace girar la vieja cerradura. Al abrirse la pesada puerta de madera, aparece un corto pasillo oscuro; al final del que hay una puerta blindada.
Cierra la puerta tras de si.
Al pasar bajo la luz que ilumina la puerta siente miedo. Se estremece al recordar la desaparición de Nerea. Recuerda el comportamiento casi brutal de esta frente a Berto y Juan la noche antes, parecía poseída.
Recuerda como su forma de actuar cambió cuando los dos jóvenes se fueron, cuando sus voces y pasos se perdieron en la oscuridad silenciosa de las calles de Avilés.
Isabel fue a la cocina. Se acercó a la nevera. Se agachó a coger un sandwich que calentó en un microondas.
¿Qué habría sido de ellos? Nadie le dijo nada, tras salir del hospital. ya tenía bastante con lo suyo. Había estado inconsciente un día completo y la desesperación por el placer perdido había hecho mella en su mente, la había inundado. Fue su resistencia y tesón lo que la salvó entonces.
No sabía la razón pero en todo el día no había podido sacarse de la cabeza la desaparición de Nerea. Se sentía intrigada, pero ¿quién la ayudaría? Quizá ese borroso recuerdo de aquel hombre desnudando a Nerea había sido verdad y no un juego de su mente como le habían hecho creer. Si era real, todo era mucho más grave de lo que parecía.
Tenía una extraña intuición. Había algo sobrenatural en aquel caso.
Durante la noche le fue difícil conciliar el sueño, las sensaciones del día en que desapareció Nerea volvieron en parte a ella. Sentía otra vez aquella excitación. Al despertar a la mañana siguiente, despertó con la sensación de haber repetido lo que hizo aquel día.
La mañana era clara. El cielo azul cubría todo y el sol calentaba los corazones aquella primavera.
Dicen que hay cosas que "nec pueri credunt", que creer en ellas es una ofensa, una muestra de una mente débil. Ella sentía necesidad de investigar a fin de que todo el mundo sepa que parte de lo que ella recordaba era real, y que era falso.
A Isabel no le habían dado la posibilidad de defenderse cuando despertó y contó lo que recordaba no la creyeron. Simplemente la enviaron a una cura de reposo. Pero dijo Festo tiempos atrás: "No es costumbre de los romanos condenar a un hombre antes de que el acusado tenga a sus acusadores delante, y de que se le haya dado la libertad de defenderse", ahora Isabel iba a buscar pruebas para defenderse de lo que entonces la acusaron.
Después de un duro trabajo consiguió que un abogado de Madrid le sacase una copia de la investigación por la desaparición de Nerea. Fue entonces cuando se enteró que Juan, su novio, y Roberto habían desaparecido también en fechas siguientes a la desaparición de Nerea hablando de "algo" que los perseguía. Sólo el hermano de Juan permaneció en Avilés un año y luego se fue. Decidió que buscaría a Sergio para que la ayudase en su cruzada. Eso si lograba encontrarlo, pero para eso estaba Internet y las redes sociales.
Salió de casa, cerró como siempre puertas y ventanas. Bajo su brazo una carpeta y dos libretas. Eran las nueve y media de la mañana, y se dirigió hacia la Biblioteca Pública Estatal de Oviedo, también llamada Biblioteca de Asturias "Ramón Pérez de Ayala". Allí había ordenadores y podría hacer su investigación.
Cuando llegó a la biblioteca reinaba el silencio, casi le pareció una sorpresa ver al encargado de la biblioteca sentado detrás del mostrador.
Isabel suspiró y le hizo una seña par solicitar el uso de uno de los ordenadores. Aún estaba esperando cuando oyó unos pasos cerca. Se giró y entonces lo vio.
Vestido con una pulcra y estudiada sencillez reconoció a uno de esos seres que sólo aparecen en los libros. Por su aspecto, cara hermosa y delicada, y sus ojos brillantes, sólo podía ser una de dos cosas, o un vampiro o un licántropo; y sino lo era sabía parecerlo.
Él la miró de forma desconcertada pero intensa. Durante un instante pensó en lanzarse sobre ella. Pero algo en aquellos ojos lo detuvo, reconoció en Isabel algunas de sus propias características. Saludó, cogió un libro y se sentó en una mesa.
Isabel, temblorosa, consiguió el ordenador. Ahora más que nunca el recuerdo de Nerea brilló en su mente tanto como todo este tiempo en el que se había alejado del resto de la gente. La razón era que cada vez que se miraba a un espejo veía sus propios ojos oscuros y terribles.
Envió un correo electrónico a Juan, aunque sabía que no tendría respuesta, lo hizo tras buscar en la lista de contactos a Sergio. Creía recordar una conversación de los dos hermanos y tenía la esperanza de que Sergio viese su mensaje.
Luego fue y cogió varios libros de vampiros. Sacó una libreta de su mochila, se sentó en una mesa frente al joven que vio antes y comenzó a escribir. Era lo mínimo que podía hacer mientras esperaba respuestas.
Al cabo de un rato, cuando más concentrada estaba en el relato que escribía, el joven aquel se acercó a ella, curioso por ver que escribía en medio de tantos libros de vampiros. Leyó por encima de su hombro lo que ella escribía; luego se apartó hasta una estantería. El texto que ella escribía era muy bueno, muy realista, y no como otros que tenía ante ella.
Siguiendo un impulso se sentó en la misma mesa, frente a ella.
- ¡Hola!- dijo en un susurro, para no molestar a la otra gente que había en la Biblioteca- Siento lo de antes si te asuste... Parece que te gustan los vampiros, ¿no?
- Si, a lo mejor llego a cazar alguno- dijo Isabel en un tono gracioso, pero también en un susurro.
- Hay muchas formas de cazarlos, y tú lo haces sin matarlos. Escribes sobre ellos, ¿no?
- Así es. Estoy escribiendo un relato para n concurso.
- ¿Puedo leerlo? Soy buen crítico.
Isabel le enseñó la libreta, y él pudo completar su lectura inicial del texto.
- Eres buena escribiendo. ¿Sabes como será tu vampiro?
- Si, posiblemente se parezca a ti, como premio por el susto de antes.
Él percibió que su halago no había dado el resultado esperado. Al contrario, fue él el que se sintió halagado al ver que se atrevía a incluirlo en un relato, nutría su vanidad; y él, al contrario que los de Anne Rice, era muy real. Por eso decidió que ella merecía vivir, más aún buscaría su amistad.
- Bueno, te dejo seguir. Espero no ser un mal vampiro y no decepcionarte - Le dijo a Isabel a modo de despedida-. Ya me enseñaras lo que vayas escribiendo, suelo estar por aquí todos los días.
- Ya veremos...
Cuando la biblioteca cerró, Isabel salió como siempre, ocultándose en las sombras. Siendo una sombra más acechando a su alrededor mientras iba a casa.
De golpe, en una esquina, chocó con alguien. Era aquel joven. Le habían dado una paliza y se incorporaba cuando tropezaron. Isabel lo ayudó y lo llevo a su casa. Fuera o no un vampiro para ella era alguien que necesitaba su ayuda. Él agradeció su ayuda. Ahora sabía que ella también se ocultaba en la oscuridad como hacía él.
Cubierta con un grueso abrigo recorría las calles encharcadas y solitarias de Oviedo. Presentía un peligro como un perro lo presiente antes de huir en silencio. Se dirigía a una antigua casa, cerca del cementerio, en cuyo interior había encontrado la paz que necesitaba. Con una llave hace girar la vieja cerradura. Al abrirse la pesada puerta de madera, aparece un corto pasillo oscuro; al final del que hay una puerta blindada.
Cierra la puerta tras de si.
Al pasar bajo la luz que ilumina la puerta siente miedo. Se estremece al recordar la desaparición de Nerea. Recuerda el comportamiento casi brutal de esta frente a Berto y Juan la noche antes, parecía poseída.
Recuerda como su forma de actuar cambió cuando los dos jóvenes se fueron, cuando sus voces y pasos se perdieron en la oscuridad silenciosa de las calles de Avilés.
Isabel fue a la cocina. Se acercó a la nevera. Se agachó a coger un sandwich que calentó en un microondas.
¿Qué habría sido de ellos? Nadie le dijo nada, tras salir del hospital. ya tenía bastante con lo suyo. Había estado inconsciente un día completo y la desesperación por el placer perdido había hecho mella en su mente, la había inundado. Fue su resistencia y tesón lo que la salvó entonces.
No sabía la razón pero en todo el día no había podido sacarse de la cabeza la desaparición de Nerea. Se sentía intrigada, pero ¿quién la ayudaría? Quizá ese borroso recuerdo de aquel hombre desnudando a Nerea había sido verdad y no un juego de su mente como le habían hecho creer. Si era real, todo era mucho más grave de lo que parecía.
Tenía una extraña intuición. Había algo sobrenatural en aquel caso.
Durante la noche le fue difícil conciliar el sueño, las sensaciones del día en que desapareció Nerea volvieron en parte a ella. Sentía otra vez aquella excitación. Al despertar a la mañana siguiente, despertó con la sensación de haber repetido lo que hizo aquel día.
La mañana era clara. El cielo azul cubría todo y el sol calentaba los corazones aquella primavera.
Dicen que hay cosas que "nec pueri credunt", que creer en ellas es una ofensa, una muestra de una mente débil. Ella sentía necesidad de investigar a fin de que todo el mundo sepa que parte de lo que ella recordaba era real, y que era falso.
A Isabel no le habían dado la posibilidad de defenderse cuando despertó y contó lo que recordaba no la creyeron. Simplemente la enviaron a una cura de reposo. Pero dijo Festo tiempos atrás: "No es costumbre de los romanos condenar a un hombre antes de que el acusado tenga a sus acusadores delante, y de que se le haya dado la libertad de defenderse", ahora Isabel iba a buscar pruebas para defenderse de lo que entonces la acusaron.
Después de un duro trabajo consiguió que un abogado de Madrid le sacase una copia de la investigación por la desaparición de Nerea. Fue entonces cuando se enteró que Juan, su novio, y Roberto habían desaparecido también en fechas siguientes a la desaparición de Nerea hablando de "algo" que los perseguía. Sólo el hermano de Juan permaneció en Avilés un año y luego se fue. Decidió que buscaría a Sergio para que la ayudase en su cruzada. Eso si lograba encontrarlo, pero para eso estaba Internet y las redes sociales.
Salió de casa, cerró como siempre puertas y ventanas. Bajo su brazo una carpeta y dos libretas. Eran las nueve y media de la mañana, y se dirigió hacia la Biblioteca Pública Estatal de Oviedo, también llamada Biblioteca de Asturias "Ramón Pérez de Ayala". Allí había ordenadores y podría hacer su investigación.
Cuando llegó a la biblioteca reinaba el silencio, casi le pareció una sorpresa ver al encargado de la biblioteca sentado detrás del mostrador.
Isabel suspiró y le hizo una seña par solicitar el uso de uno de los ordenadores. Aún estaba esperando cuando oyó unos pasos cerca. Se giró y entonces lo vio.
Vestido con una pulcra y estudiada sencillez reconoció a uno de esos seres que sólo aparecen en los libros. Por su aspecto, cara hermosa y delicada, y sus ojos brillantes, sólo podía ser una de dos cosas, o un vampiro o un licántropo; y sino lo era sabía parecerlo.
Él la miró de forma desconcertada pero intensa. Durante un instante pensó en lanzarse sobre ella. Pero algo en aquellos ojos lo detuvo, reconoció en Isabel algunas de sus propias características. Saludó, cogió un libro y se sentó en una mesa.
Isabel, temblorosa, consiguió el ordenador. Ahora más que nunca el recuerdo de Nerea brilló en su mente tanto como todo este tiempo en el que se había alejado del resto de la gente. La razón era que cada vez que se miraba a un espejo veía sus propios ojos oscuros y terribles.
Envió un correo electrónico a Juan, aunque sabía que no tendría respuesta, lo hizo tras buscar en la lista de contactos a Sergio. Creía recordar una conversación de los dos hermanos y tenía la esperanza de que Sergio viese su mensaje.
Luego fue y cogió varios libros de vampiros. Sacó una libreta de su mochila, se sentó en una mesa frente al joven que vio antes y comenzó a escribir. Era lo mínimo que podía hacer mientras esperaba respuestas.
Al cabo de un rato, cuando más concentrada estaba en el relato que escribía, el joven aquel se acercó a ella, curioso por ver que escribía en medio de tantos libros de vampiros. Leyó por encima de su hombro lo que ella escribía; luego se apartó hasta una estantería. El texto que ella escribía era muy bueno, muy realista, y no como otros que tenía ante ella.
Siguiendo un impulso se sentó en la misma mesa, frente a ella.
- ¡Hola!- dijo en un susurro, para no molestar a la otra gente que había en la Biblioteca- Siento lo de antes si te asuste... Parece que te gustan los vampiros, ¿no?
- Si, a lo mejor llego a cazar alguno- dijo Isabel en un tono gracioso, pero también en un susurro.
- Hay muchas formas de cazarlos, y tú lo haces sin matarlos. Escribes sobre ellos, ¿no?
- Así es. Estoy escribiendo un relato para n concurso.
- ¿Puedo leerlo? Soy buen crítico.
Isabel le enseñó la libreta, y él pudo completar su lectura inicial del texto.
- Eres buena escribiendo. ¿Sabes como será tu vampiro?
- Si, posiblemente se parezca a ti, como premio por el susto de antes.
Él percibió que su halago no había dado el resultado esperado. Al contrario, fue él el que se sintió halagado al ver que se atrevía a incluirlo en un relato, nutría su vanidad; y él, al contrario que los de Anne Rice, era muy real. Por eso decidió que ella merecía vivir, más aún buscaría su amistad.
- Bueno, te dejo seguir. Espero no ser un mal vampiro y no decepcionarte - Le dijo a Isabel a modo de despedida-. Ya me enseñaras lo que vayas escribiendo, suelo estar por aquí todos los días.
- Ya veremos...
Cuando la biblioteca cerró, Isabel salió como siempre, ocultándose en las sombras. Siendo una sombra más acechando a su alrededor mientras iba a casa.
De golpe, en una esquina, chocó con alguien. Era aquel joven. Le habían dado una paliza y se incorporaba cuando tropezaron. Isabel lo ayudó y lo llevo a su casa. Fuera o no un vampiro para ella era alguien que necesitaba su ayuda. Él agradeció su ayuda. Ahora sabía que ella también se ocultaba en la oscuridad como hacía él.