Estoy sentado frente a mi escritorio, cuando observo como se aproxima el atardecer y tras él la noche. Entonces comienza el ruido. Ruido de puertas golpeando allí donde no hay puertas ni nadie que las cierre, oigo los gritos de personas que no están presentes. Alguien entra en la habitación no puedo decir por la puerta o por la ventana, sé que hay alguien por que siento como golpea con su dedo contra la ventana. Escucho también un silbido, quizá un siseo como si una serpiente se arrastrase donde es imposible que haya una.
Es un ruido extraño, misterioso, que algunas veces hiela el alma.
Ahora alguien abre una puerta donde veo con mis ojos que hay una sólida pared, una puerta que hace un ruido de goznes que chirrían que recuerda el canto atroz de la puerta vieja y llega de herrumbre de un cementerio. Luego la oigo cerrarse de forma sorda y profunda, un sonido despiadado que deja a uno con la sensación de estar encerrado, de estar prisionero.
Me he preguntado muchas veces por esos ruidos, quizá sean invenciones de mi mente. Es posible, es cierto, que mi imaginación los haga reales. pero su presencia es inevitable como la de una puerta entre abierta detrás mía, como la serpiente del miedo que se arrastra en las sombras. Cada vez es mayor la presencia del ruido. Sólo me queda huir. Entrar en la iglesia más cercana, y pedir arrodillado, desde el suelo, a Dios que haga que ese ruido cese.
Es un ruido extraño, misterioso, que algunas veces hiela el alma.
Ahora alguien abre una puerta donde veo con mis ojos que hay una sólida pared, una puerta que hace un ruido de goznes que chirrían que recuerda el canto atroz de la puerta vieja y llega de herrumbre de un cementerio. Luego la oigo cerrarse de forma sorda y profunda, un sonido despiadado que deja a uno con la sensación de estar encerrado, de estar prisionero.
Me he preguntado muchas veces por esos ruidos, quizá sean invenciones de mi mente. Es posible, es cierto, que mi imaginación los haga reales. pero su presencia es inevitable como la de una puerta entre abierta detrás mía, como la serpiente del miedo que se arrastra en las sombras. Cada vez es mayor la presencia del ruido. Sólo me queda huir. Entrar en la iglesia más cercana, y pedir arrodillado, desde el suelo, a Dios que haga que ese ruido cese.
Es un relato totalmente corecto incluso genial. Relatos así si son capaces de producir inquietud e incluso miedo en los lectores.
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