"Escribo ahora mis últimas palabras, en lo alto de la cima escarpada donde se levanta el edificio en el que vivo, donde cuando la noche caiga mi existencia tocará a su fin. Durante años he contemplado desde él de forma altanera las generaciones de hombres castigados por el tiempo, las enfermedades, las guerras, los odios, los rencores, las envidias. Era esa una droga que no me costaba un céntimo, que me hacía soportable la vida. Hasta que un día se acabo.
No fue algo que sucediese de la noche a la mañana sino que con el paso del tiempo, las personas fueron dejando de pasar cerca del edificio que habito, hasta que un día dejo de pasar la última de aquellas personas descendientes más o menos modestos de los antiguos habitantes del lugar.
Fue en la abierta desolación de la falta de gente que observar con el respeto y consideración debida, que me he visto posibilitado para salir al exterior. Salir de las lóbregas habitaciones de mi domicilio, donde han pasado muchos años de mi atormentada, salvaje y sombría vida, fue algo extraño.
Esa salida tuvo lugar en la oscuridad de la noche. Jamás podré exponer los detalles de aquella primera incursión, ya que mi recorrido, problemático y lleno de misterio, fue una visión ininterrumpida de porqué había dejado de ver pasar a otras personas. Haber hojeado los viejos libros que llenaban la biblioteca de mi familia, colmada de volúmenes sombríos y crepusculares. Fue quizá lo que hizo que mi mente reconociese lo que sucedía.
El mundo se había convertido en una oscura y negra ciénaga. Era un paisaje putrefacto, siniestro, que a cualquier hombre helaría el corazón. Todo se había convertido en un gran cementerio húmedo repleto de cuerpos inertes, muertos, de toda clase de seres vivos, incluso hombres. No había nada hasta donde podía ver, oír o sentir salvo la absoluta quietud de la muerte y el miedo que traspasaba mi corazón.
Volví a mi hogar. Retornando sobre mis pasos a la luz crepuscular que me rodeaba llegué a las proximidades de mi casa. El temor me alcanzó entonces. Eché a correr y logré alcanzar no sin dificultad la puerta de mi casa. Cerré la puerta detrás de mi con llave. Luego marché a mis habitaciones. Ascendí por la escalera, a través de los muchos peldaños y llegué a mis habitaciones cerrando la puerta exterior y después la interior. El horror causado en mi mente por lo visto y sentido me descubrió como un hombre abandonado en los campos del apocalipsis.
El sol brillaba en el cielo a través de un negro manto de nubes, como si un oscuro mal quisiese ocultar su rostro a la luz del astro rey. Mientras miraba por la ventana hacia la tierra que rodeaba mi hogar, comprendí que la actual situación en gran parte había sido el hombre quién la había causado. No se escuchaba ningún sonido procedente del exterior, tampoco el sonido del viento que alejase el olor a putrefacta ciénaga que envolvía el territorio. Volví a salir al exterior, con valentía renovada.
Mi atención se vio prendida por un edificio antiguo, religioso, posiblemente la iglesia de la localidad a la que hacia mucho que no acudía. Decidí acercarme hasta allí mientras el sol vertía sus rayos sobre el mundo sombrío. Entonces, cuando llegaba la la puerta, lo vi.
En la vieja entrada de la iglesia, bajo su marco románico, había una figura humana. Era un hombre vestido con unos ropajes religiosos medievales. Su tez era blanca como el hielo o como la tez cenicienta de los muertos; sus manos parecían garras de largas uñas; su barbado rostro estaba cubierto de llagas hasta donde la capucha que cubría su cabeza permitía ver; y, el brillo de sus ojos, clavados en mí, parecían inhumanas ventanas al infierno.
Aturdido y espantado ante su aparición. Permanecí como una estatua hasta que lo escuche hablar con sonidos pausados y susurrantes en un arcaico latín. Entonces el pánico me hizo enloquecer y huí. Lo veía de lejos perseguirme y con él estalló una tormenta cuyos truenos al retumbar casi me hacían caer.
Un grito de maldad inmensa se dejo oír imponente al ver que no me daba alcanzado. Aquello fue demasiado para mi y al llegar a mi casa caí desmayado a las puertas de mi habitación.
Cuando por fin comencé a recobrar mis sentidos percibí oscuridad a mi alrededor y, recordando mi apocalíptica visión, temblé ante la idea de haber perdido la vida; pero la vista volvió a mis ojos abriéndolos a la luz del mundo. Me hallaba en un hospital de Edimburgo, llevado allí por una ambulancia tras el aviso de mi única vecina, al escuchar gritos en mi piso, a la policía. Había sufrido un colapso nervioso y la fiebre me había hecho delirar, más ni médicos ni enfermeras hicieron caso a mis palabras, sólo la vecina creyó en mis palabras y abandonó el edificio creyéndolo maldito. Me recuperé en parte, volví a mi hogar. Ahora sólo vivo yo en el edificio. La gente me rehuye.
Lo peor es al caer la noche. Es entonces cuando lo veo acercarse poco a poco, cada vez más cerca. Los médicos me han recetado calmantes y encargado un reposo absoluto. A veces he pensado que todo fue un mal sueño, pero entonces vuelve a aparecer su imagen como respuesta.
Ahora ya ha llegado a la puerta de mi edificio. Se aproxima mi fin. He ocultado el texto con mi historia en un lugar seguro para que él no lo encuentre y lo destruya. Escucho como llama a la puerta exterior de mi piso. Me escondo como un niño bajo la cama. Sacó el móvil para llamar a la policía. Ahora la puerta de mi habitación se abre como por arte de magia. Ya suena el teléfono en la comisaria. Dios, ¡Tiene un puñal!¡Me ha alcanzado dos veces! Estoy herido, pero no muerto... Alcanza mi cuello con sus horribles manos. Aprieta. Me deja sin aire. Es el fin. La policía verá en mi casa un nuevo crimen. Un crimen que quedará sin resolver."
No fue algo que sucediese de la noche a la mañana sino que con el paso del tiempo, las personas fueron dejando de pasar cerca del edificio que habito, hasta que un día dejo de pasar la última de aquellas personas descendientes más o menos modestos de los antiguos habitantes del lugar.
Fue en la abierta desolación de la falta de gente que observar con el respeto y consideración debida, que me he visto posibilitado para salir al exterior. Salir de las lóbregas habitaciones de mi domicilio, donde han pasado muchos años de mi atormentada, salvaje y sombría vida, fue algo extraño.
Esa salida tuvo lugar en la oscuridad de la noche. Jamás podré exponer los detalles de aquella primera incursión, ya que mi recorrido, problemático y lleno de misterio, fue una visión ininterrumpida de porqué había dejado de ver pasar a otras personas. Haber hojeado los viejos libros que llenaban la biblioteca de mi familia, colmada de volúmenes sombríos y crepusculares. Fue quizá lo que hizo que mi mente reconociese lo que sucedía.
El mundo se había convertido en una oscura y negra ciénaga. Era un paisaje putrefacto, siniestro, que a cualquier hombre helaría el corazón. Todo se había convertido en un gran cementerio húmedo repleto de cuerpos inertes, muertos, de toda clase de seres vivos, incluso hombres. No había nada hasta donde podía ver, oír o sentir salvo la absoluta quietud de la muerte y el miedo que traspasaba mi corazón.
Volví a mi hogar. Retornando sobre mis pasos a la luz crepuscular que me rodeaba llegué a las proximidades de mi casa. El temor me alcanzó entonces. Eché a correr y logré alcanzar no sin dificultad la puerta de mi casa. Cerré la puerta detrás de mi con llave. Luego marché a mis habitaciones. Ascendí por la escalera, a través de los muchos peldaños y llegué a mis habitaciones cerrando la puerta exterior y después la interior. El horror causado en mi mente por lo visto y sentido me descubrió como un hombre abandonado en los campos del apocalipsis.
El sol brillaba en el cielo a través de un negro manto de nubes, como si un oscuro mal quisiese ocultar su rostro a la luz del astro rey. Mientras miraba por la ventana hacia la tierra que rodeaba mi hogar, comprendí que la actual situación en gran parte había sido el hombre quién la había causado. No se escuchaba ningún sonido procedente del exterior, tampoco el sonido del viento que alejase el olor a putrefacta ciénaga que envolvía el territorio. Volví a salir al exterior, con valentía renovada.
Mi atención se vio prendida por un edificio antiguo, religioso, posiblemente la iglesia de la localidad a la que hacia mucho que no acudía. Decidí acercarme hasta allí mientras el sol vertía sus rayos sobre el mundo sombrío. Entonces, cuando llegaba la la puerta, lo vi.
En la vieja entrada de la iglesia, bajo su marco románico, había una figura humana. Era un hombre vestido con unos ropajes religiosos medievales. Su tez era blanca como el hielo o como la tez cenicienta de los muertos; sus manos parecían garras de largas uñas; su barbado rostro estaba cubierto de llagas hasta donde la capucha que cubría su cabeza permitía ver; y, el brillo de sus ojos, clavados en mí, parecían inhumanas ventanas al infierno.
Aturdido y espantado ante su aparición. Permanecí como una estatua hasta que lo escuche hablar con sonidos pausados y susurrantes en un arcaico latín. Entonces el pánico me hizo enloquecer y huí. Lo veía de lejos perseguirme y con él estalló una tormenta cuyos truenos al retumbar casi me hacían caer.
Un grito de maldad inmensa se dejo oír imponente al ver que no me daba alcanzado. Aquello fue demasiado para mi y al llegar a mi casa caí desmayado a las puertas de mi habitación.
Cuando por fin comencé a recobrar mis sentidos percibí oscuridad a mi alrededor y, recordando mi apocalíptica visión, temblé ante la idea de haber perdido la vida; pero la vista volvió a mis ojos abriéndolos a la luz del mundo. Me hallaba en un hospital de Edimburgo, llevado allí por una ambulancia tras el aviso de mi única vecina, al escuchar gritos en mi piso, a la policía. Había sufrido un colapso nervioso y la fiebre me había hecho delirar, más ni médicos ni enfermeras hicieron caso a mis palabras, sólo la vecina creyó en mis palabras y abandonó el edificio creyéndolo maldito. Me recuperé en parte, volví a mi hogar. Ahora sólo vivo yo en el edificio. La gente me rehuye.
Lo peor es al caer la noche. Es entonces cuando lo veo acercarse poco a poco, cada vez más cerca. Los médicos me han recetado calmantes y encargado un reposo absoluto. A veces he pensado que todo fue un mal sueño, pero entonces vuelve a aparecer su imagen como respuesta.
Ahora ya ha llegado a la puerta de mi edificio. Se aproxima mi fin. He ocultado el texto con mi historia en un lugar seguro para que él no lo encuentre y lo destruya. Escucho como llama a la puerta exterior de mi piso. Me escondo como un niño bajo la cama. Sacó el móvil para llamar a la policía. Ahora la puerta de mi habitación se abre como por arte de magia. Ya suena el teléfono en la comisaria. Dios, ¡Tiene un puñal!¡Me ha alcanzado dos veces! Estoy herido, pero no muerto... Alcanza mi cuello con sus horribles manos. Aprieta. Me deja sin aire. Es el fin. La policía verá en mi casa un nuevo crimen. Un crimen que quedará sin resolver."
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