viernes, 21 de enero de 2011

"LA TUMBA DEL VAMPIRO"

Se despertó asustada. Había vuelto a ver al hombre de ojos oscuros. Incluso ahora en la tranquilidad de Santa Rosita, sentía su inquietante presencia. Esta vez el la había vuelto a hablar. "Sígueme. Verás donde estaba."

Se incorporó en la cama. No conseguía liberarse de la imagen de ese hombre. Salió de la cama y caminó en silencio hasta el baño. Se detuvo ante la luz diurna que penetraba por el ventanuco. Al final, entró.

Lentamente su cabeza se fue despejando mientras se lavaba la cara. Nunca había olvidado nada hasta que vio aquel hombre en el autobús, se dio cuenta que había hablado con él mientras volvía, desde la Avenida Venezuela, a donde vivía. Habían hablado, y entonces vio la sangre en la toalla. Miró su rostro. No tenía en el ninguna herida. Pero su rostro se puso blanco al ver unas marcas en su cuello.

Eran las siete de la mañana. De pronto sintió un intenso calor. Algo se movía a su alrededor pero también en el interior de su mente.

En un segundo sintió como si la besaran apasionadamente en el cuello. Su miedo se convirtió en placer, en un placer irreal como si fuese soñado. Sus rodillas se doblaron, no sabía como, pero volvía a estar en la cama retorciéndose de placer hasta quedar exhausta.

Abrió los ojos y allí estaba aquel hombre.

- "Este atardecer.¡Sígueme!"

Luego se desmayó.

Cinco minutos después se vio completamente vestida con un bello pañuelo malva la cuello. Pensó que se había mareado mientras se calzaba y perdido la consciencia.

Paso el día entre el trabajo y algunas compras. Al final, cuando ya caía la tarde cogió el autobús para volver a casa. Entonces cuando el autobús pasaba por el Cerro Agustino, volvió a ver a aquel hombre, de pie, junto a la entrada de un cementerio. Fue una visión rápida, pero supo que debía volver allí. Llegó finalmente a su parada y bajo como otras veces. Sin embargo, esta vez se dirigió hasta aquel cementerio.

Era un anochecer hermoso. Lo vio de lejos en la puerta del cementerio. La esperaba. Llegó al cementerio. Abrió la puerta y entró. Pronto lo vio a lo lejos en uno de los senderos que corría entre las tumbas. Al final vio una tumba que la atraía. Era una extraña fascinación la que sentía por ella. Siguió caminando hasta que llego delante de la tumba.

Observó sus formas hasta llegar a la lápida sólidamente encajada en la tierra. Un artista había hecho una lápida increíble pero a la vez terrorífica. La parte inferior tenía tallas del infierno, demonios y almas en pena, pero en la parte superior había un ángel esculpido. Un ángel terrible que custodiaba esa tumba.

Ella leyó: "Aquí reposa..." y un nombre que la aterrorizó, "Daelyaal Daimon".

El hombre apareció a su lado mirando la tumba. La miró con sus ojos oscuros. En aquel momento, sin pensárselo demasiado, trato de tocarlo. Él evitó su contacto, pero señaló el ángel. Alrededor del cuello de este había un colgante con su cadena. La piedra era de pizarra negra y en ella aparecían gravadas unas extrañas marcas.

De alguna forma que no comprendía aquel hombre la obligaba a cogerlo, a ponérselo en torno a su propio cuello.

-" Mi fuerza es tu fuerza ahora. Mi alimento, tu alimento. Nunca pongas el colgante bajo una luna llena roja. Recuerdáselo a tus hijas, pues ellas deberán llevarlo como ahora tú."

El hombre sonrió. Al hacerlo vio claramente sus dientes. Instintivamente retrocedió. Era un vampiro. Este se despidió, y se acostó en su tumba para no alzarse nunca más. Su destino se había cumplido.

La joven volvió a si casa. No fue consciente de las palabras del vampiro hasta que despertó a la mañana siguiente. Un sabor a sal y metal, quizá hierro, tenía en su boca. Se miró al espejo. Sus labios estaban manchados de una sustancia oscura.

Era sangre.

Entonces comprendió las palabras del vampiro aunque se extrañaba de que la luz del día no le hiciese daño alguno.

Tocó el colgante. Pediría unos días libres en el trabajo. Necesitaba saber que estaba ocurriendo...

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