Según cuentan algunos viajeros, en Arzúa, villa por la que cruza el Camino de Santiago, al pasar por la plaza de España, actual plaza de Galicia, han notado un extraño frío y han sentido ojos invisibles vigilándoles; eso es algo que yo puedo creer con total facilidad. Ese enigma procede del pasado, del pasado de la plaza y del pasado de la iglesia, pero es algo que los habitantes actuales han olvidado. Algunos dicen que esa sensación es el alma de una antigua maldición, pero en realidad procede de un elemento olvidado de la villa y sus habitantes. Esa sensación es la herencia siniestra del elemento eliminado; es la marca arcana que dejó un cementerio, es el recuerdo de todo aquello que la gente ya ha olvidado.
En Arzúa, antes de alzarse la iglesia que hoy conocemos y la plaza lateral, había una iglesia más pequeña y un cementerio. El cementerio estaba en un lugar donde la magia era muy poderosa; y, un portal se abría entre esta dimensión del mundo y le más allá. Ese portal permaneció cerrado durante mucho tiempo hasta que algo abrió sus mágicas puertas, algo que aún hoy se desconoce.
La razón de la desaparición procede de un suceso del pasado; algo que todavía hoy puede volver a suceder en el medio de la noche, el ataque de los fantasmas. Al principio fueron tomados a broma. Más un día todo cambio. Fuese cuál fuese la razón, ni siquiera el párroco pudo hacer nada y la gente dejó de pasar por allí a partir del crepúsculo. Los aldeanos que vivían más cerca llegaron a oír extraños ruidos durante la noche e incluso en el atardecer, muchos decían que eran los muertos llamando a sus familiares. Lo cierto es que la tensión llego a tal nivel que cuando un día despareció una persona que estaba de paso cara a Santiago, se decidió cambiar el cementerio de sitio. Se construyo una nueva iglesia y el cementerio se llevó a su lugar actual. Así todo se calmaría. Al menos eso supusieron entonces.
Aquella noche muchos aldeanos se taparon en sus camas, cerraron puertas y ventanas, y rezaron. Pues un viento fuerte se oyó que parecía preceder a una tormenta. Algunos de los más valientes jóvenes de Arzúa salieron armados, por ver que sucedía, y nadie volvió a tener noticias de ellos.
Las fuerzas vivas de la villa estudiaron el tema. Con todo, nadie se atrevió a buscar a los desaparecidos; ni siquiera cuando el sol comenzó a alzarse. La culpa recayó en lo misterioso, en la Santa Compaña que aún hoy parecen recordar en algún bar de la localidad. Así pues, la villa de Arzúa se fue olvidando del tema.
Y durante años aún entre los árboles plantados en la ahora plaza. Se ven en las noches oscuras cuya luna se ve rojiza las lápidas de un fantasmal cementerio por el que sombras oscuras y terroríficas discurren. Sombras cuyos ojos acechan a los vivos para intentar atraparlos en su lugar mediante un hechizo de sangre, para liberarse y que el terror discurra otra vez por la villa.
Son esas las presencias que sienten aquellas personas de especial sensibilidad que por allí pasan en su devenir hacia Santiago o hacia Lugo, peregrinos y viajeros...
En Arzúa, antes de alzarse la iglesia que hoy conocemos y la plaza lateral, había una iglesia más pequeña y un cementerio. El cementerio estaba en un lugar donde la magia era muy poderosa; y, un portal se abría entre esta dimensión del mundo y le más allá. Ese portal permaneció cerrado durante mucho tiempo hasta que algo abrió sus mágicas puertas, algo que aún hoy se desconoce.
La razón de la desaparición procede de un suceso del pasado; algo que todavía hoy puede volver a suceder en el medio de la noche, el ataque de los fantasmas. Al principio fueron tomados a broma. Más un día todo cambio. Fuese cuál fuese la razón, ni siquiera el párroco pudo hacer nada y la gente dejó de pasar por allí a partir del crepúsculo. Los aldeanos que vivían más cerca llegaron a oír extraños ruidos durante la noche e incluso en el atardecer, muchos decían que eran los muertos llamando a sus familiares. Lo cierto es que la tensión llego a tal nivel que cuando un día despareció una persona que estaba de paso cara a Santiago, se decidió cambiar el cementerio de sitio. Se construyo una nueva iglesia y el cementerio se llevó a su lugar actual. Así todo se calmaría. Al menos eso supusieron entonces.
Aquella noche muchos aldeanos se taparon en sus camas, cerraron puertas y ventanas, y rezaron. Pues un viento fuerte se oyó que parecía preceder a una tormenta. Algunos de los más valientes jóvenes de Arzúa salieron armados, por ver que sucedía, y nadie volvió a tener noticias de ellos.
Las fuerzas vivas de la villa estudiaron el tema. Con todo, nadie se atrevió a buscar a los desaparecidos; ni siquiera cuando el sol comenzó a alzarse. La culpa recayó en lo misterioso, en la Santa Compaña que aún hoy parecen recordar en algún bar de la localidad. Así pues, la villa de Arzúa se fue olvidando del tema.
Y durante años aún entre los árboles plantados en la ahora plaza. Se ven en las noches oscuras cuya luna se ve rojiza las lápidas de un fantasmal cementerio por el que sombras oscuras y terroríficas discurren. Sombras cuyos ojos acechan a los vivos para intentar atraparlos en su lugar mediante un hechizo de sangre, para liberarse y que el terror discurra otra vez por la villa.
Son esas las presencias que sienten aquellas personas de especial sensibilidad que por allí pasan en su devenir hacia Santiago o hacia Lugo, peregrinos y viajeros...
Es un relato que me obliga a volver a hacer el Camino de Santiago, pues has conseguido dar profundidad histórica en un relato corto a un hecho que podría suceder realmente y que no sería para nada algo extraño.
ResponderEliminarEs más, dejas la duda de que es lo que realmente ha desencadenado todo y eso es algo que daría para otro relato.
La gente de Arzúa debe de agradecerte esta promoción.