LA FUERZA LASTIMOSA
Tiempo de Relatos
por
Miguel A. Mateos Carreira
Madrid, 2014. Biblioteca Nacional Española.
La sencilla habitación que le servía de lugar de trabajo a Marcos Jiménez siempre estaba cerrada. Nadie iba allí salvo Marcos, y ni siquiera acudía a diario, sólo una vez al mes.
Estaba preparando un libro sobre Lope de Vega. Esa obra se centraría en la pieza teatral “La Fuerza Lastimosa”.
Como siempre hizo un repaso visual de sus notas y uno mental para hacer una nueva lectura de aquella pieza en su aspecto original en papel. Metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó su iPod, lo usaba para grabar cortas notas de voz para después montar el texto en su ordenador. Comenzó a dictar sus habituales notas. Al otro lado de la ventana anochecía.
Terminó de dictar sus notas. Comenzó a recoger, miró el texto de Lope antes de cerrar el volumen, en ese momento, de golpe percibió que había algo más en la obra que estaba estudiando.
-Un mensaje cifrado o en acrósticos… ¿Por qué me ha parecido que hay algo más?
Miró a través de la ventana hacía el cielo. Allí estaban las nubes, como un manto, y no dejaban ver la hermosa luna llena que desde otros lugares se si podrían ver.
Siempre le había llamado la atención aquella pequeña puerta en el interior del armario ropero donde colgaba la chaqueta. Nada raro. Sólo una puerta pequeña cerrada con llave por la que con dificultad podía pasar una persona. Era una tontería comprobar si se abría o no, aunque alguna vez mientras cogía la chaqueta para irse le había parecido escuchar voces al otro lado. Había supuesto que las voces procedían del piso inferior del edificio.
Entonces, cuando fue a coger la chaqueta, vio que un humo parecía salir por debajo de la puerta.
Rápidamente pulsó la alarma cercana, cogió un extintor y lanzó su contenido contra los espacios de la pequeña puerta por donde se veía salir el humo.
No tardaron en llegar cuatro integrantes de seguridad también con extintores. Se armó un gran jaleo. Marcos cogió su chaqueta y guardó el libro de Lope en su maletín. Otros integrantes de seguridad y algunos agentes de policía organizaban la salida de la gente que todavía estaba en aquella planta. Nadie se dio cuenta de que se escabulló por una de las escaleras. Al menos eso pensó inicialmente.
Dos minutos después cerró la puerta del edificio tras de sí. No creía en lo paranormal, pero el olor de aquel humo era agudo como un dolor de cabeza.
-¿Por qué he cogido el libro?- preguntó en un susurro al viento nocturno.
Respiró profundamente y decidió irse a casa… ¿Dónde vivía? Le costó un gran esfuerzo recordar que cuando estaba en Madrid siempre se alojaba en el Hotel Finisterre.
Tras un paseo corto de 15 minutos llegó a la habitación del hotel y sacó el libro con cuidado. Seguidamente cogió un folio y comenzó a anotar.
Primero unas estrofas sueltas que llamaron su atención:
“Dónde el alma penas toca”
“que hace las almas iguales.”
“Ciegos, están y perdidos.”
Luego se dio cuenta que tras esas palabras había un mensaje que invitaba a mirar una serie de líneas y páginas: “página 2 lineas 22 y 62; página 3 línea 1; página 4 líneas 38, 41, 72 y 88; página 5 línea 75; página 9 líneas 70 y 97; página 10 línea 1; página 14 líneas 36, 48, 60 y 64; página 15 línea 99…” y una palabra le pareció remarcada en aquella página “PELIGRO”.
-¿Qué significa esto?
Hubo un largo silencio.
Sonó la puerta. Alguien llamaba. Una mujer rubia apareció al abrir la puerta. De repente sintió un golpe. Cayó al suelo como muerto, sin poder mover un músculo.
-¿Qué has averiguado?
-Fue un ataque con gas. El que instaló todo usó algún tipo de sustancia hipnótica.
-No lo sé, tal como están las cosas no tendremos confirmación del laboratorio.
Marcos no escuchó más. Lo último que recordaba antes de desvanecerse totalmente era que lo envolvían en la alfombra de la habitación.
Arzúa, 2001. Biblioteca Pública “Rosalía de Castro”.
La biblioteca estaba desierta. El silencio tenebroso se alzaba entre las estanterías.
Óscar se paseó entre ellas hasta que optó por volver a su mesa donde plácidamente descansaban sus libros y tres libretas.
El bibliotecario había tenido que ir a Santiago de Compostela y le había dejado la llave para cerrar por si él tardaba en volver.
Algo sonó, un ruido. Con pasos cautelosos y el ceño fruncido se acercó a la escalera que daba a la sala nueva. La Sala 2 solía él llamarla en secreto.
Volvió a escuchar aquel sonido a su derecha. Subió con cuidado los pocos peldaños que le permitían el acceso a aquella sala. Se apresuró a recorrer el pasillo cercano pegado a la pared. Nada. No había nada, ni nadie. Óscar pensó en darse la vuelta, cuando el sonido se repitió.
-¿Alguien en las colchonetas? -pensó.
Con cuidado se acercó. Se quedó atónito al mirar allí. Había una alfombra enroscada. De ella salían unos pies que se agitaban. Se acordó de los enanos atrapados por los trolls en “EL Hobbit”.
Con cuidado desenvolvió la alfombra.
En su interior había un hombre bastante sofocado, con un golpe en la cabeza y que retornaba del mundo de los sueños. Entonces los ojos de Óscar se detuvieron en sus facciones.
Tenía la cara y el mentón redondeados. Una incipiente alopecia se adelantaba a un cabello castaño desordenado, y tenía gafas sobre una nariz no muy angulosa que cubrían unos ojos que normalmente debían ser dulces y pacíficos pero que ahora estaban húmedos, llorosos y mostrando pánico. Su rostro le recordaba a alguien pero la edad y la descuidada y corta barba le despistaban.
Soy Óscar, el bibliotecario no está aquí ahora. Necesita reponerse un poco.
El hombre miró a Óscar.
¿Dónde estoy? ¿Qué día es hoy?
¿Dónde se encuentra y el día? Se encuentra en la Biblioteca Pública “Rosalía de Castro”, en Arzúa. Es día 10 de Septiembre.
10 de Septiembre. Era el día 17 de mayo cuando… ¡He perdido 4 meses!¡Maldito 2014!
Óscar lo miró sorprendido. No era 2014, era 2001.
Tenga la bondad de ponerse de pie. Necesita refrescarse un poco -fue lo que dijo Óscar.
Lo ayudó a levantarse y dejaron la alfombra y la colchoneta. no era de la incumbencia de Óscar cómo ese hombre había llegado allí. Tenía que avisar a las autoridades. A mitad del camino del baño, miró al hombre y preguntó su nombre. Sentía curiosidad.
-Por supuesto, mi nombre. Me llamo Marcos Jiménez.
La expresión de Óscar cambió. El mismo nombre del compañero de su hermano.
¿Le sorprende a usted?
Óscar no sabía que decir.
Se llama como un compañero de mi hermano.
No añadió nada más, ya estaban junto a la puerta del baño.
El hombre, que dijo llamarse Marcos, entró. Se refrescó. Tosió. Buscó un pañuelo en el bolsillo del pantalón y se lo pasó por la comisura de los labios.
Mientras Óscar había llamado a la guardia civil. Todavía sentía una vaga curiosidad por ese extraño hombre.
Cuando lo vio salir del baño Óscar le indicó que se sentase junto a una de las mesas.
He avisado a la guardia civil. Vienen ahora y podrá denunciar a quién le haya hecho eso y contar los sucedido.
El hombre miró a Óscar a los ojos.
Preferiría saberlo también yo -dijo Marcos, secamente.
Lo recordará. Recordará como llegó a esa alfombra y quizá a esta población.
Lo imagino. Sólo recuerdo estar en el hotel en Madrid.
Allí sobre una mesa estaba el periódico del día. Marcos lo cogió y leyó.
Seguidamente sacudió la cabeza sobre le periódico y miró a Óscar al rostro.
¿Es este el periódico de hoy?
Si, del 10 de septiembre de 2001.
¡Dios mío! Mañana va a pasar algo muy malo…
Preferiría no saberlo -dijo Óscar.
En Nueva York, las Torres Gemelas caerán, un atentado con dos aviones…
No dijo nada más. La puerta del ascensor se abrió y la pareja de agentes de la guardia civil se presentó con una tensa seriedad; uno de ellos señaló a Óscar y lo invitó a acercarse. Ambos se conocían.
Óscar se detuvo junto al agente, esperando sus preguntas. Durante unos momentos nadie dijo nada, de modo que el guardia preguntó:
¿Es usted Óscar Gómez?
Así es, aquí tiene mi DNI.
El agente tomó nota en una pequeña libreta.
¿Qué puede contarme sobre lo que ha sucedido?
Poca cosa. Antes de encontrar a ese hombre estaba en aquella mesa trabajando en una historia y un par de cosas más. Escuché un ruido en la sala de al lado. Me pareció que venía de las estanterías. Me acerqué y recorrí el pasillo pero no vi nada, tampoco a nadie…
Nada ni nadie - escribió el agente.
Volví a escuchar el ruido. Recordé las colchonetas de la zona de vídeo infantil. Me acerqué y vi unos pies moviéndose sobresaliendo de una alfombra. La desenvolví y estaba él.
¿No viste nada de nada?¿No pudieron pasar por esa puerta? -dijo el agente mientras caminaba anotando cosas en la libreta.
No, el bibliotecario la dejó cerrada y yo no la abrí. Preferí abrir la que tenía a la vista.
¿Alguna idea de cómo llegó aquí?
A ver, el único modo fue poco antes de oír el ruido que alguien usase el ascensor hasta esa sala. Imposible que cruzase por esta sala. No creo en hombres invisibles.
Veamos esa alfombra -dijo el agente mientras cogía una cámara de fotos digital del bolsillo interior de su chaqueta.
Cuando se acercó a donde estaba la alfombra, dio unos cuantos rodeos antes de sacar varias series de fotografías.
Luego se acercó a Óscar con una sonrisa.
Estoy un tanto desilusionado -dijo.
No veo porqué.
Leer tantas novelas de misterio y escribir relatos, pero cuando te presentan uno real delante se te escapan los detalles.
Naturalmente. No soy un detective de novelas o de serie de televisión. Además aunque enigmático este no es más que un caso de secuestro. Es cierto, es raro que dejasen a la víctima aquí y viva, pero nada extraño.
Quizás algunos casos como este se olvidan por no ser asesinatos -añadió el agente.
Al terminar de hablar el guardia civil comenzó a alejarse. Óscar se tropezó con una silla y observó un papel aviejado de un texto que en ese momento no pudo leer. Bajó las escaleras y se reunió con los guardias y Marcos Jiménez, como decía llamarse aquel hombre que no tenía documentación. No dijo nada.
Óscar examinó la escena con calma. Mientras veía como los agentes se disponían a ir con aquel hombre al cuartel.
Si no te importa vendrán unos compañeros ahora a por la alfombra. Es una prueba de un delito.
Sin problema. En todo caso si el bibliotecario llega antes se lo diré.
Marcos miró hacia Óscar. Durante un instante se sorprendió pensando en Doctor Who. Después la puerta del ascensor se cerró y fue la de las escaleras la que se abrió. La figura del director de la emisora de radio local apareció en el umbral.
¿Qué ha sucedido? ¿He visto a la guardia civil entrando antes y ahora saliendo con un hombre?
Termina de aparecer un hombre en la sala de arriba -dijo Óscar señalando con el dedo- enrollado en una alfombra con los cadáveres de las películas. Este, al menos, estaba vivo.
Pues habrá que decirlo en las noticias y que salga en el periódico mañana -dijo mientras se bajaba rápidamente a la emisora.
Veinte minutos después de ello, Óscar con los cascos puestos escuchaba la noticia en Radio Arzúa.
“Misterioso suceso en la Biblioteca. Está mañana un joven de la localidad hizo un extraño descubrimiento en la biblioteca minutos después de que abriese. El joven que había dejado nuestro afable bibliotecario unos instantes al cargo de la biblioteca encontró una alfombra enrollada tendida en el suelo, en su interior había un hombre.
¿Cómo llego ahí? Es un misterio.
La guardia civil de la localidad se encarga de las pesquisas y está interrogando a ese hombre en estos momentos.”
Óscar se levantó recordando el papel que vio y fue a buscarlo. Era la primera página de un libro de Lope de Vega. Parecía original. Fue al ordenador entró en la página oficial de la Biblioteca Nacional Española y buscó un ejemplar digital. Las páginas concordaban. Después sacó una página impresa del libro.
El tiempo pasó. El bibliotecario no llegó a tiempo y Óscar se fue preparando para cerrar e irse.
En ese momento llegó un joven guardia. Su nombre, Alfonso. Óscar lo conocía desde hacía años pues había estudiado con su hermano y solían ir muchas veces a jugar al fútbol o al ping-pong al colegio.
¡Llego justo a tiempo! ¿No Óscar?
¿Para? -recordó entonces la alfombra- ¡Ah, si, la alfombra! ¿Te ayudo a bajarla?
Sí, pero ponte unos guantes de estos - le entregó unos guantes de látex.
Creo que mi ADN ya está en la alfombra. Tenía las manos desnudas cuando la desenvolví.
Comprendo…
¿Qué os ha contado? - preguntó Óscar- Seré discreto.
Nada verificable o fiable. Dice que le golpearon mientras estaba en Madrid, en el hotel Finisterre, y que luego despertó aquí.
Eso no es extraño.
Lo es. Nadie con su nombre está o ha estado registrado en ese hotel.
¿Qué respuesta ha dado a ello?
Que estamos en 2001 y a él le golpearon la cabeza en 2014. Además ha dicho un montón de tonterías sobre un atentado mañana y otras cosas. Creo que el golpe lo ha dejado un poco loco.
Vaya.
Sí, de hecho, se lo han llevado para hacerle pruebas psicológicas a Santiago. A lo mejor termina internado en alguna institución.
Óscar recordó las palabras sobre Nueva York. Cerró la puerta de la biblioteca con llave e hizo cuando salieron lo propio con el ascensor.
Después ayudó al guardia a meter la alfombra en el coche patrulla y se despidieron.
Óscar no olvidaría el suceso por lo que al día siguiente sucedió. Más la noticia nunca salió en ningún periódico.
Madrid, año 2015. Ministerio del Tiempo.
Angustias terminaba de sentarse en su escritorio, frente a la puerta del despacho de Salvador Martí, había tomado un té en la cafetería, antes había estado en los archivos, una zona extraña llena de libros y cajas de cartón repletas de legajos y papeles varios.
Óscar Gómez era novato allí, fue quién la atendió, había estudiado Biblioteconomía y Documentación. No encontraba trabajo a pesar de sus buenas calificaciones. Estaba dispuesto a matarse cuando fue invitado a trabajar allí por Miguel, el Archivero del Ministerio. Aceptó.
Angustias sonrió al pensar en Óscar. Decía que se sentía como el bibliotecario de Hogwarts en la saga Harry Potter o uno de los bibliotecarios de la serie “The Librarians”. Miguel la ponía tensa siempre que aparecía o lo veía sentado en la cafetería. Siempre sentado leyendo, escribiendo o dibujando. Curiosamente tenía una extraña amistad con Velázquez, y nadie sabía cuanto tiempo llevaba trabajando en el Ministerio. Él si conocía la existencia de las Puertas mientras que Óscar nada sabía de las Puertas y sólo iba de casa al archivo y del archivo a casa.
De cualquier manera, Angustias estaba muy animada. Su seguridad provenía de la paz que se respiraba en el Ministerio ese día. Al abandonar su mesa, no había nada nuevo en ella que entregar a Salvador. Más ahora había varios grupos de documentos para entregar a su jefe. Los recogió sabedora de su obligación y los fue a llevar a su jefe.
Como solía ocurrir en estas ocasiones, un saludo mientras le era señalado un espacio sobre el escritorio para dejar la documentación que llevaba. Cuando estaba saliendo del despacho, un escalofrío recorrió su espalda. Finalmente se sentó en su escritorio sacó un termo y se sirvió un poco de leche caliente. Algo había presentido dentro de aquel despacho. Dentro…
En un asiento mirando unas hojas que tenía sobre su escritorio estaba Salvador. Su rostro de preocupación hubiese sorprendido a cualquiera que en ese momento hubiese entrado en el despacho.
- ¡Qué demonios!- dijo al ver uno de los informes que tenía ante él.
Tocó un botón junto a él en la mesa y levantó el auricular. Dudo antes de hablar.
- ¡Convoca a los agentes del Ministerio y manda aviso a los guardianes de las puertas en Galicia!
- ¿Qué sucede? -preguntó Angustias.
- Alguien quiere cambiar la historia de España tal y como la conocemos.
Pronto la voz de alarma cundió en el Ministerio. El primero en presentarse ante Salvador fue Ernesto, le siguieron Amelia, Irene y Alonso. Unos tres minutos después entraba Julián.
- ¿Alguno de vosotros sabe qué grupos terroristas hay en España o ha habido, depende de como lo miremos?- preguntó Salvador Martí.
- Algo he leído en algunos informes. He visto cuatro o cinco nombres, los más recurrentes son ETA, GRAPO, y también aparece una reseña del GAL - respondió Ernesto.
- ¿Qué son grupos terroristas? -preguntó Alonso.
- Son grupos criminales que se dedican a matar diciendo que es luchando contra España y por motivos políticos -le contestó Julián.
- Eso es muy a grosso modo una respuesta correcta a esa pregunta. El problema es que no es tan simple la cuestión como explica Julián. Algunos son grupos criminales, mafiosos, otros nacieron legítimamente con la intención de que la situación que en un momento determinado había en España cambiase, algunos incluso nacieron para combatir al resto de grupos terroristas. El caso es que todos matan, y todos dejan víctimas tras de sí. Hoy en día sólo queda posiblemente operativa ETA, es cierto que tenemos el terrorismo islamista, pero ese está fuera del caso para lo que nos atañe.
- ¿Qué ha ocurrido?- preguntó Irene.
- Sé de buena tinta, pues me han llegado informes de que alguien quiere que la unión y colaboración entre ETA y uno de los grupos terroristas de este informe llegué a buen puerto. Se logre mediante una acción criminal. Parte de esa acción tiene que tener lugar, ha sucedido y no podemos evitarla. Mas tenemos que hacer que las fuerzas de seguridad la Guardia Civil, la Policía, tengan datos suficientes para detener a los implicados en el ataque que sí ocurrió.
- ¿Cuál es el problema?- preguntó Amelia.
- Alguien ha viajado al pasado para que no haya sólo un grupo sino dos grupos asaltantes. Si el asalto tiene lugar. Morirán hombres, mujeres y niños. No podrán dejar testigos de lo que van a hacer. Tenéis que impedir que ese segundo grupo actúe. Tenemos que mantener la historia intacta. Vuestra misión es detener a ese segundo grupo y capturar a quién haya viajado al pasado para alterar la historia.
Se acercó a ellos.
-Os dividiréis en dos grupos. Ernesto e Irene, tendréis que ir primero al País Vasco y después a Madrid donde esperaréis órdenes. Amelia, Alonso y Julián, vosotros iréis directamente a Galicia. Hay una puerta cerca de la localidad donde tendrá lugar el suceso. Está en Betanzos, el año 1989, llegaréis el 1 de febrero. Si hace falta volveréis a ir el día 2 y el 3 por las puertas correspondientes.
En la oficina todo parecía estar ahora en calma. Salvador paseó unos instantes, miró por la ventana y luego se sentó en su escritorio a revisar la documentación que un rato antes había llevado Angustias por orden de prioridad y fechas.
Cogió el primer legajo de papeles y apoyó su espalda en el respaldo del asiento.
Disfrutemos un poco de la intendencia y los informes de gastos -dijo.
Desde que entró en el ministerio por primera vez este tipo de labor era la que más apaciguaba su espíritu. Le servía para hacer un examen de conciencia de su labor. Hoy no funcionaba. No servía de nada.
No se le ocurría a Salvador ninguna razón para aquella sensación de tensión e intranquilidad.
De pronto algo captó su atención entre los papeles. Sus ojos se quedaron cautivados por algo. Salvador estaba absorto ante un papel y su contenido era singular y para algunos curioso. Era una lista de cuatro libros: “La Fuerza Lastimosa” de Lope de Vega y tres libros de H.g. Wells, “La Máquina del Tiempo”, “El Hombre Invisible” y “La Guerra de los Mundos”.
Pero la fecha de entrada de la petición no era correcta… ¡aquella fecha! Iba acompañada por un código de referencia que sólo él o el encargado del archivo podían reconocer.
¿Qué significa esto? ¿Por qué hoy llega una petición de libros que se realizará en este mismo día dentro de 2 años? -fue lo que preguntó al aire vacío que le rodeaba.
Rápidamente se levantó se acercó a la puerta y movió la mano invitando a Angustias a entrar.
Mientras esta entraba él bajó las cortinas. Después sacó un inhibido de frecuencias y lo activó.
Angustias necesito que de forma extremadamente discreta haga venir al personal del Archivo.
¿A todo el personal?
Sí. Después puede tomarse un par de horas de descanso aunque deberá estar pendiente de si retornan agentes de misiones.
Angustias salió. La puerta se cerró. Y, Salvador se sentó en la esquina más apartada y oscura con un arma en el bolsillo de la chaqueta y la mano apretándola con fuerza. En su otra mano sujetaba la extraña lista.
Minutos después los seis funcionarios encargados del archivo entraban en el despacho.
Bien, ¿Quién me ha enviado esta lista?
Yo, Señor -dijo Óscar-. Obedecía la orden que la acompañaba. Estaba escrita por usted.
Saben que lo que suceda en el futuro o las peticiones que haga no deben interferir con el curso de la historia actual. Esta hoja jamás debió salir del archivo.
Señor, ¿qué contiene la lista?- preguntó Miguel.
Cuatro títulos de libros. “La Fuerza Lastimosa” de Lope; pero también tres libros de H.G. Wells: “La Maquina del Tiempo” (en inglés), y en español “EL Hombre invisible” y “La Guerra de los Mundos”.
Óscar se pasó pálido en ese momento y Miguel se dio cuenta.
-Señor, creo que el resto del personal excepto Óscar Gómez y yo debe de retirarse.
De acuerdo, Miguel. Espero una buena explicación…
Óscar se mantenía en un segundo plano alejado de ellos.
Hizo una profunda respiración. Cerró los ojos y esperó.
¿Qué es lo que tiene usted que contar Gómez? -dijo Salvador.
No hay nada que más desee en este momento -dijo Óscar-, pero es sólo un vago recuerdo.
De ningún modo los recuerdos son vagos -dijo Miguel-. Explícate sin miedo.
Hace catorce años encontré un hombre envuelto en una alfombra. No recuerdo su nombre, pero recuerdo que fue la víspera de los atentados de Nueva York.
¿Y?
Ese hombre habló de los atentados pero dijo proceder del año 2014. Junto a él estaba una hoja vieja de un libro. El titulo que había en ella escrito era “La Fuerza Lastimosa” de Lope de Vega.
¿Cree que ese hombre podría ser un agente del Ministerio? -preguntó Miguel a Salvador.
Podría ser eso o un enemigo.
Disculpen, ¿no podría ser un daño colateral?
¿Cómo? -dijeron Salvador y Miguel al unísono.
Alguien que se cruzase en el camino o de agentes del ministerio, que no se a que os referís con eso, o a enemigos.
Es una posibilidad. Sería preciso investigar eso con mucha cautela -dijo Salvador-. Será preciso que instruya sobre este ministerio a su subordinado. Aunque su estatus en el Ministerio será el mismo, desde este momento les otorgo una licencia especial como agentes. Actuarán sin decirme nada, sin ningún informe, en defensa de la Historia y del Ministerio. No hagan nada que yo no hiciese. Tengan cuidado y mucha suerte.
Durante los siguientes cinco minutos, caminaron en silencio hasta el centro del archivo. Óscar era tranquilo pero algo le inquietaba.
Has estado aquí anteriormente.
¿A qué se refiere?
Dentro de poco -prometió Miguel-. Vas a saber cuál les el secreto de este Ministerio, la razón de su nombre.
Si usted lo dice…
¡Diablos!, Óscar, es un hecho. Es lo que acabo de decir.
¿Algo o alguien te llamó la atención ese día?
No, no especialmente.
Miguel sacó una llave y abrió una puerta azul. Allí había una sala vacía de mobiliario, o casi, en el centro sobre un atril había un antiguo libro.
¿Qué ves? -preguntó Miguel.
En apariencia, no gran cosa tengo ante mi. Un libro en una sala vacía decorada con estatuas de ángeles y cuadros con ese mismo tema.
Óscar pensó en acercarse al libro y ojearlo. Miguel lo sujetó.
Ese es el Libro de las Puertas, algo así como ese “libro de los Portales” de Laura Gallego o como los libros que aparecen en “Myst”. Ese libro es el origen y la razón inicial de este ministerio. Es mi labor personal custodiarlo así como otros custodia lo que de él procede.
Salieron de allí. Recorrieron varios pasillos y llegaron a lo que parecía un profundo pozo con una escalera que descendía y descendía.
Un guardia los saludó.
Un nuevo fichaje, ¿no?
Alguien que necesita ser informado de lo que somos y tenemos, de lo que custodiamos y cuidamos -y dirigiéndose a Óscar-. ¡Sígueme!
Tengo que bajar por esa escalera…
¡Claro! Me parece que no hay más remedio no tenemos un ascensor, y la razón es que veas aquello que otros custodian.
Mientras descendían se cruzaron con varios agentes del ministerio. Saludaron.
Uno vestido de romano se acercó.
-¡Ah, Miguel! ¿Qué raro tú por aquí? toma lo que me encargaste de Jerusalén.
Le entregó un paquete y se alejó.
Entremos por este pasillo.
Óscar vio un pasillo, largo, casi sin fin con multitud de puertas numeradas.
Del libro que te mostré proceden estas puertas y otras muchas. La mayoría están aquí controladas y custodiadas, pero algunas están fuera del control del Ministerio. Sirven para viajar a otras épocas y lugares dentro de los límites de España según cada época.
Claro, seguro que es cierto -dijo Óscar escéptico-. Con un montón de figurantes haciendo sus papeles…
Bien, seguro que si cruzas cualquiera de estas puertas cambias de opinión. Elige a tu antojo.
Óscar paseó por el pasillo durante quince minutos. Llegó ante una puerta con el número 145.
Esta misma -dijo Óscar.
Por mi de acuerdo.
¿A dónde va?
Crúzala y lo verás.
Óscar abrió dubitativo la puerta que había elegido. Entró en una habitación decorada como algunas que ha visto en el norte de Africa en fotos de libros. Miró con cautela por una ventana y vio cientos de personas paseando y más adelante en una explanada obreros construyendo una mezquita. Su factura le sonaba de algo.
Óscar estaba realmente sorprendido.
Sí, bonita elección. Estamos en el año en que se inició la construcción de la mezquita de Cordova -dijo Miguel.
Volvieron de nuevo al pasillo. Después de dar varios rodeos y subir escaleras entraron en un estudio abarrotado de libros y cómics.
Las paredes eran de piedra, parecían de granito. Al fondo había una puerta negra. Miguel acercó un sillón al que tenía cerca de la ventana e invitó a sentarse a Óscar.
¿Qué haremos ahora? -preguntó Óscar.
Nos disfrazaremos y vigilaremos la biblioteca. ¿Recuerdas como era aquella alfombra?
Verde y azul. Creo que con flores y hojas de parra como motivo decorativo.
Entonces eso buscaremos.
Abrió un cajón y sacó dos libretas. Una que entregó a Óscar era de tapas negras. La otra era con un intrincado motivo plateado.
¿Qué es?
Una copia para ti de “El Libro de las Puertas”. Quizá la necesites. Si prefieres hay una versión digital.
Óscar negó con la cabeza y guardó la libreta que Miguel le entregaba.
Y, ¿esa puerta?- preguntó Óscar.
Espero que nunca sea preciso usarla. Creo que es una de las primeras puertas que se hicieron, pero usarla es extremadamente peligroso y complejo. Por eso está aquí bajo mi vigilancia.
¿No comunica con las que hay en el Ministerio en el pozo?
Si y no. Algún día te explicaré. No hoy. Hoy como te he dicho nos disfrazaremos e iremos a Arzúa, el 10 de septiembre de 2001. Veamos. La puerta a usar es la 41.
Miguel abrió un armario y le lanzó unas ropas a Óscar mientras cogía otras para sí.
Arzúa, 10 de Septiembre de 2001.
Una puerta se abrió en Arzúa. Miguel miró al exterior y extendió el brazo para dejar pasar a Óscar. Permanecieron silenciosos un momento, mientras observaban la calle a la que terminaban de salir y se colocaron las mochilas a los hombros.
-Vamos allá.
Óscar asintió. Siguieron andando por la calle.
-¡Ah! Miguel, hay dos accesos posibles a la biblioteca.
-¿Entonces? ¿Existe algún problema? Si hay que vigilar dos entradas necesitarás este móvil. Nos dividiremos. Uno vigilará la entrada principal y el otro en la secundaria. Tendrás que enseñármelas.
Avanzaron por la calle de Lugo observando las diversas tiendas y cafeterías. Llegaron al final a la altura del juzgado.
-La entrada secundaría está ahí en el local de ensayo. Sería subiendo por el ascensor. Las principales están frente al centro médico y el Eroski.
-Tendremos que dividirnos. Uno en una calle y el otro en esta. Sería controlas esa entrada desde las mesas de una de esas cafeterías -dijo Miguel.
-¿Quieres que sea yo el que vigile desde el café?
-Alguien tiene que ser. El tiempo apremia y tú conoces mejor desde donde controlar - dijo Miguel-. ¿Dónde nos colocamos?
-¡Vale!¡Me sentaré en las mesas del Bar Luis y tú en el banco cerca del Froiz! Pero no nos perdamos de vista. ¿Si alguno ve a alguien metiendo una alfombra que mande un mensaje!
-¡Si!¡Vamos allá!
Vieron llegar al bibliotecario en su bicicleta. Óscar llegó también allí, a pie, poco después.
El bibliotecario salió un par de minutos después. No cabía duda de que el Óscar de ese año estaba sólo en la biblioteca en ese momento.
Entonces aparecieron dos hombres con una alfombra. Se acercaron a la puerta del local de ensayo y llamaron a la puerta.
La mujer de la limpieza abrió la puerta de entrada. Debía tener algunos años más que Óscar, incluso que el mismo Miguel. una mujer con media melena de color castaño. Daba la impresión de resistencia y constancia.
Por como hablaron parecía ofrecerse a ayudarles con la alfombra. Ellos declinaron. Entraron dentro y Óscar ya no los vio.
Le envió el aviso a Miguel por mensaje.
-¡Alfombra! -leyó este en su teléfono.
Miguel movió la cabeza indicando a Óscar que esperase.
Mientras los dos hombres subían en el ascensor. Cuando llegaron al último piso uno se quedó dentro del ascensor mientras el otro arrastraba con cuidado la alfombra hasta las colchonetas y la dejaba allí colocada. Volvió al ascensor y al cerrarse hizo ruido.
El Óscar de ese año lo oyó pero como al ver el número del ascensor indicaba el piso inferior supuso que era alguno de los trabajadores de Radio Azúa o de Cultura.
En el exterior Miguel y el otro Óscar permanecían inmóviles, esperando ver salir a los dos hombres.
No decían nada. Sólo observaban.
Entonces los vio Miguel aparecer. Uno de ellos se detuvo un momento. Movió la cabeza y luego continuó.
Miguel hizo una señal a Óscar se levantaron y los siguieron con cuidado por las calles de Arzúa.
El resultado final de esa persecución los llevó a una casa cerca de la iglesia. De pronto Miguel se dio cuenta de algo. Miró en su libreta. En esa casa estaba localizada una pequeña puerta. Estaba allí desde la Guerra Civil. Después sacó una llave, con cuidado abrió la puerta de la casa y entraron en completo silencio.
Los dos hombres se colocaron unas mascaras al abrir la puerta. Miguel ya había visto antes ese diseño en un informe de 2019.
Abrieron la puerta y una suerte de humo surgió. Los dos hombres se adentraron en él y la puerta se cerró. Durante un minuto estuvieron tentados a seguirlos, hasta que Miguel, de una manera que debía parecer brusca, le soltó a Óscar a bocajarro:
-Debemos hablar con el hombre que tú encontraste.
-¿Cómo lo vamos a hacer?
-Supongo que la mejor manera es llevárnoslo del hospital en Santiago.
-Eso puede ser peligroso.
-No obstante, no tenemos otro remedio. Volvamos al Ministerio para prepararlo todo.
Había algo en esa manera de hablar que a Óscar le daba una sensación extraña e indescriptible.
Madrid, 2015. Ministerio del Tiempo.
Óscar observó algo en Miguel antes de cerrar la puerta 41 por la que terminaban de pasar. Antes de traspasarla miró quién estaba en los pasillos, después hizo lo mismo con respecto al lugar del que volvían.
Cerró la puerta. Hizo una pausa silenciosa no demasiado larga. Justo para respirar lenta y profundamente y escuchar. Soltó el aire. Venía gente desde la derecha. Hizo una señal a Óscar y fueron a la izquierda. Todos los pasillos normalmente eran un caos de funcionarios y agentes de distintas épocas. Miguel prefería evitar ese caos por pasillos secundarios.
Debido a ello, los otros funcionarios raras veces lo veían. Se dirigieron a la pequeña oficina de Miguel para volver a ponerse sus ropas.
Terminaban de girar el último recodo. Unos pasos más adelante, se fijó en un agente vestido de sereno. Se había quitado la Gora y se rascaba la cabeza sentado a los pies de una de las puertas con rostro confundido. Óscar alzó su mirada hacia el número de la puerta cuando llegaron a su altura, y leyó el número: 125.
La confusión del hombre llamó la atención de Miguel. Desde hacía unos meses habían encontrado a funcionarios en ese mismo estado en varios pasillos. No recordaban como habían llegado allí, quienes eran o en que año estaban. En varios casos al comprobar sus fichas en cinco de ellos descubrieron que esos funcionarios estaban en ese momento en su puesto. En consecuencia, Miguel llamó a enfermería. También envió un mensaje avisando a Salvador Martí del suceso. había una orden al respecto y Miguel la cumplió.
Entre ese caos y oscuridad intuía que tenía que existir una conexión entre estos casos y lo que ellos tenían entre manos.
Frunció el entrecejo. Así lo mantuvo hasta llegar a su despacho en el archivo. Miguel entró. En la mesa de informes, su asistente Maite había dejado un informe sobre un escenario de un crimen. La víctima era un funcionario, pero ese funcionario estaba vivo. Lo había visto entrar en el pasillo que iba a la cafetería.
-¡Óscar! -dijo- Tenemos que apresurarnos. Pídele a José que traiga los informes sobre los funcionarios que fueron encontrados en los pasillo. Después haga ir a los funcionarios a las salas de interrogatorios.
-¡Volando, jefe!
Óscar salió como una exhalación a cumplir lo ordenado.
Una hora más tarde, había abandonado ya los interrogatorios y Miguel estaba sentado en su mesa con los informes delante, un cuaderno azul y un Bic rojo. Su rostro serio y concentrado le hacían parecer intemporal.
Levantó la mirada y pilló a Óscar mirándolo desde un sillón del otro lado de la habitación. estaba revisando los datos de los interrogatorios y cotejando con los de los informes.
-Vaya… -dijo Óscar- Parece que esos funcionarios tienen una conexión con sus solías desmemoriados.
-… -no hubo respuesta.
-¿Me has oído?
-Oí pero no escuché.
-Decía que hay una conexión entre los funcionarios y sus solías. Esa conexión son las puertas. Eran sus puerta habituales para ir a su época o a sus misiones.
-¿Eso crees?
-Es sólo una opinión.
Miguel sopesó el dato como si la vida se jugase. Tomó una decisión.
-Vamos a cruzar aquella puerta para ver que sucede. Necesitamos también hablar con ese hombre.
-¿Qué hombre?
-¡El que tu encontraste!¡Caramba!
Óscar lo vio coger tres máscaras como las que llevaban aquellos dos hombres, y un par de disfraces para pasar desapercibidos. La cara de Óscar mostraba una gran estupefacción. ¿Cómo tenía Miguel ese material?
-¿Qué piensas hacer?
-Por orden; hacernos con el hombre que usted encontró y después cruzar los tres esa puerta y ver que sucede. Más allá no tengo la más remota idea.
Salieron del despacho y entraron por un pasillo lleno de telarañas, partes caídas y puertas aparentemente descuidadas. Óscar se abría camino apartando las telarañas mientras seguía a Miguel.
-¿Qué son esas puertas? -preguntó Óscar.
-Puertas sin catalogar -fue la respuesta que dio Miguel con una extraña y enigmática sonrisa.
Santiago de Compostela, 2001.
Eran las cuatro de la tarde. Levaban esperando en el hospital Clínico a que llevasen al hombre que decía llamarse Marcos Jiménez.
Vieron llegar el coche de la guardia civil. Se pusieron en pie rápidamente, como si les hubiesen puesto una chincheta.
-Buenas tardes, agentes -dijo Miguel.
-Aquí está nuestra víctima -dijo un de los guardias-. Necesita un reconocimiento médico forense físico y psicológico.
-Vale. Ya sabéis que esto tardará un rato.
Miguel firmó los documentos de recepción como el Dr. Augusto Ochoa.
-En dos horas como mínimo terminaremos.
Los dos guardias se quedaron a la puerta de la sala en la que entraron con Marcos. Mientras Miguel y Óscar con una gran agilidad se llevaban al hombre sorprendido por otra puerta y volvían a salir a los aledaños del hospital.
Un pequeño coche gris esperaba allí. En el aparcamiento cerca de la salida.
-¿A dónde vamos?
-A un sitio tranquilo para hablar un poco.
-Ya he hablado con la guardia civil y el juez en Arzúa.
-Lo sé. He leído la documentación. Quiero escuchar su historia de sus propios labios, con su propia voz.
Tras estas palabras Miguel siguió conduciendo el vehículo. Se adentró por las calles de la zona vieja hasta llegar al aparcamiento del Seminario Mayor. Curiosamente sorprendió a Óscar que le hubiesen abierto la puerta con tanta facilidad, recordaba de cuando iba con el sacerdote de su parroquia para algún evento que solían tardar un poco.
Entraron dentro y después de aparcar cruzaron una puerta. Comenzaron a ir por los pasillos. Pasaron cinco, diez minutos… De pronto llegaron a unas escaleras que descendían. Bajaron hasta llegar a una puerta lateral que parecía casi desapercibida, de esas puertas que vemos por el rabillo del ojo y que si no prestamos atención no vemos. La cruzaron y… ¡Sorpresa! Estaban en el despacho de Miguel en el Ministerio. En ese momento Óscar no se dio cuenta pero habían entrado allí por la puerta negra.
-¿Dónde demonios estoy? -preguntó Marcos.
-Es algo obvio. En mi despacho.
Marcos miro por la ventana y vio las calles de Madrid, los coches corriendo y las gentes. En su rostro durante un instante se reflejó algo, como si guardase un gran secreto.
-Siento tener que pedirte esto pero necesito que me cuentes todo. todo lo que recuerdes hasta lo más vago.
Y, tras un silencio, Marcos sentado en uno de los sillones, mientras bebía una tila les contó todo lo que recordaba. Incluso la conversación que escuchó sobre el gas mientras perdía la consciencia.
-Oiga, ¿le gustaría ayudarnos?
-¿Cómo? -preguntó Marcos.
-¿Cómo? Ya le avisaremos y diremos. Ahora le llevaremos a su hotel.
Madrid, 2014. Ministerio del Tiempo.
Cuando terminaron la conversación salieron por la puerta que daba al Archivo del Ministerio. Pasaron frente al la garita del portero y salieron al exterior. En la esquina de una de las calles había un taxi. Le hicieron una seña y dieron la dirección del Hotel Finisterre. Sin embargo, cuando se acercaron a la puerta el encargado salió a recibirles y les avisó de que la policía estaba allí pues una audaz limpiadora había visto que alguien había entrada en la habitación.
Marcos subió acompañado de Óscar y Miguel hasta la puerta de la habitación. Dos agentes se acercaron. Le comenzaron a interrogar.
-Lo único de valor es el original de la obra de Lope de Vega “La Fuerza Lastimosa”. es un libro de la Biblioteca Nacional.
-¿Cómo es que lo tiene usted?
-Reconozco que lo tengo sin autorización, pero tenía pensado llevarlo mañana a primera hora. Hubo un fuego o algo parecido allí y mi labor creí que era la de preservar y proteger esta obra o cualquier otra que tuviese en mis manos en ese instante.
-Pues sepa que falta un hoja por lo menos.
-¿Quién la arrancaría?
-Posiblemente uno de los ladrones. No dejaron rastro. De no ser por el desorden.
-¿Dónde estuvo usted?
-Me encontré con estos amigos a los que les gusta Lope de Vega y quedé con ellos para tomar algo y hablar de Lope de Vega. De hecho quería hablarles en privado de mi libro sobre Lope y por eso veníamos a mi habitación.
-¿Estuvo con ustedes realmente?
-Si, -dijo Óscar- nos encontramos en la biblioteca y hablamos un poco sobre algunos temas del siglo de oro. Luego quedamos y fuimos a un café tranquilo cuyo nombre no recuerdo. ¿Lo recuerdas tú? -añadió dirigiéndose a Miguel.
-Estuvimos primero en La Central, y hace un rato en la Cafetería Galápago -fue la respuesta de Miguel mientras daba aviso por mensaje al Ministerio para que informaran a los agentes que se encargaban de llevar ambas cafeterías para que declarasen si les preguntaban que los habían visto allí.
La policía no les hizo más preguntas. Marcos entró en la habitación junto a Miguel y Óscar. Mientras el primero recogía los otros dos se despidieron. No sin antes recordarle que le llamarían. Miguel había cambiado de idea con respecto a lo de llevarle a cruzar aquella puerta de Arzúa.
Mientras salían del hotel y volvían al Ministerio de esa época, dijo Miguel:
-Ahora a nuestro tiempo y después volvamos al 2001 a Arzúa. Veamos que sucede tras esa puerta.
Media hora después volvían a entrar en el Ministerio del Tiempo de 2014, descendieron las escaleras, se cruzaron con Ernesto que hizo un amago de saludo con la cabeza. Llegaron al pozo y bajaron a las puertas.
Miguel miró el libro mientras deambulaban por los pasillos cruzándose con algunos agentes y funcionarios al final llegaron a una de las puertas.
-Sí, es esta la puerta para ir al Ministerio en 2017 -dijo casi en un susurro aunque en aquella zona no había ningún funcionario ni agente excepto ellos.
La abrieron y volvieron al Ministerio de su tiempo.